Hay veces que tienes todo a favor para
escribir, varios temas que tratar y, sin embargo, encuentras un
montón de cosas en contra. Lo pienso, y creo que todo se debe al
estado de ánimo.
Sucede, que estando así te encuentras
con un texto tuyo antiguo, producto de un viaje que hiciste ya lejano, y, al
leerlo, te preguntas ¿ésto lo he escrito yo?
Borís Pasternak, que también era poeta, decía que si
releyendo lo que uno ha escrito hay algo que no parece de uno,
zanjaba “Eso es lo que hay que dejar: lo demás lo puedo hacer en
cualquier momento”.
Voy a seguir esa receta al pie de la
letra, y, aunque mi momento de ánimo no es el mismo, y mi primer
impulso es corregirlo, no lo toco, y lo pongo como lo escribí.
Pisadas
Qué
duda cabe que recorrer los lugares de autores que con sus escritos
nos han hecho felices una y otra vez, es un placer. La imaginación
vuela y lo vemos recorrer el barrio donde representó sus obras:
hablo de Shakespeare y de Londres.Pero
hay otras pisadas, otras huellas; son las de aquellos escritores que
encontramos en el camino a través de otras obras de arte.Yo
supe de John Donne por una película: Amar la vida,
en la que Emma Thompson
encarna a la perfección a Vivian Bearing, profesora de literatura,
que dedicó gran parte de su vida a desentrañar punto por punto las
ideas contenidas en "Los sonetos sacros" que Donne compuso poco
después de la muerte de su esposa entre 1617 y 1618:
"Muerte
no te enorgullezcas,
aunque
algunos te llamen poderosa y terrible,
puesto
que nada de eso eres;
porque
todos aquellos a quienes creíste abatir no murieron, triste muerte,
ni
a mi vas a poder matarme, esclava del lodo, la fortuna, los reyes y
los desesperados,
si
con veneno, guerra, enfermedad y amapola o encantamiento
se
nos hace dormir tan bien y mejor que con tu golpe,
de
qué te jactas,
tras
un breve sueño despertamos a la eternidad
y
la muerte dejará de existir, muerte morirás."
El
chispazo de sus versos hizo que entonces lo buscara y guardara el
archivo celosamente.
Según
dicen los expertos el autor dedicó las palabras más sabias y
precisas a explicar el sentido de la muerte. Donne ejercitó una
casuística de los éxtasis, placeres y dolores del cuerpo arrebatado
por el amor humano y por el amor divino: de algún modo, materializó
los estados espirituales. La crítica señaló que esa dialéctica
era resultado tanto de una vida sacudida por notables cambios, como
de una situación histórica de alta movilidad. Donne oscilaba entre
una formación escolástica y la nueva filosofía del humanismo y se
permitía combinar el racionalismo analítico con los grandes dramas
del arte del morir medieval. El Renacimiento y la Reforma hicieron de
su mente un campo de batalla apuntó Mario Praz, profundo conocedor
de la literatura inglesa.
El
escritor estadounidense Ernest Hemingway (1899-1961) escribió
una novela titulada "Por quién doblan las campanas", que se
desarrolla durante la Guerra Civil española. Hemingway tomó el
título de un famoso sermón de Donne que habla sobre la muerte:
¿Quién
no echa una mirada al sol cuando atardece?
¿Quién quita sus
ojos del cometa cuando estalla?
¿Quién no presta oídos a una
campana cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa
campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?
Ningún
hombre es una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza
del continente, una parte del todo.
Si el mar se lleva una
porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un
promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.
Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta,
porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca
preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.
Y
fue sin salir de Londres, visitando la catedral de San Pablo, donde
me encuentro ante la efigie del poeta John Donne envuelto en su
sudario. Fue la única estatua de la Catedral
que quedó ilesa después del Gran Incendio. El gran poeta, ya
enfermo, se envolvió en una mortaja atado de pies y cabeza y con los
ojos cerrados posó para un retrato que dio origen a la escultura.
Cómo
explicar, al hallarla, la sensación de un descubrimiento, ese hilo
conductor que, en un ir y venir, nos devuelve el chispazo y la
sorpresa del primer instante ahora palpable. Son esas pisadas las que
atravesamos en el estudio de lo que nos atrae, las mismas que llevan
a esa cumbre imaginaria, no importa que ésta halla sido descubierta
antes por otras personas; esas pisadas son las mías o las tuyas y es
tu conquista, has llegado hasta el autor o su representación y ese
momento de placer es sólo tuyo.