martes, 21 de octubre de 2008

51. Segunda piel


A Marina le gustan los días de sol para poder hablar con ella. Cuando está en una ciudad, como hoy, huye de las calles estrechas, umbrías y frías, así como de las avenidas llenas de árboles donde las ramas se abrazan cubriendo todo el paseo. Tanto unas como otras le recuerdan los cementerios y a Marina nunca le han gustado los cementerios. Tiene setenta y cinco años, un andar joven y un rostro arrugado pero su mirada es confiada. Hoy, al despertarse, sus ojos permanecen irritados, sin embargo, al ver el sol brillan de alegría.
“Tengo que darme prisa, he de ir en su busca”, piensa mientras se levanta. Cada mañana anda y anda hasta encontrarla. Hoy corre desaliñada. Al pasar por un parque unos niños interrumpen su juego al verla.
-¡Ahí va la loca del pelo blanco! -dicen a coro.
Marina se vuelve enfadada.
-¿Sabéis mocosos? Loca es la persona que ha perdido todo, menos la razón.¡Y si persistiera en su locura se volvería sabia!
No obstante, se da cuenta al verse reflejada en un escaparate que, por su aspecto, es normal que se metan con ella. Busca en sus bolsillos. Con las pocas monedas que le quedan entra en una peluquería y pide que le laven y corten el pelo. Mientras tanto ojea la prensa. El tiempo se anuncia “parcialmente nuboso”.
Cuando sale, liberada ya del pelo ralo y sucio, el sol luce desde lo alto y ella aparece. Marina no la reconoce de momento pero le da igual, la sabe a su lado. Le cuenta el incidente de los niños apesadumbrada por haberse enfadado con ellos. Al cruzar un paso de peatones Marina, sonriente y solícita, se gira para mirarla y trata de distraerla con el primer tema que se le ocurre para que no se marche.
-¿Sabes cómo nacieron estos pasos de cebra? Fue en Inglaterra, en 1951. Hasta entonces estaban señalados por unos clavos metálicos que a veces no eran percibidos por los motoristas...
Hacia la mitad del paso de peatones un motorista, que viene a toda velocidad, choca con Marina y la tira al suelo. El cielo se oscurece como la mente de Marina que cae fulminada sobre ella: su segunda piel.


Yo soy su segunda piel, soy tan antigua que dicen de mí que soy el origen de la pintura. Soy la que más puede decir sobre la forma y situación de los objetos, de las cosas y de las personas.
A Marina la conocí en la calle, no en su mejor momento. Tenía por costumbre habitar el banco del parque de cualquier pueblo o ciudad, aunque no fue siempre así.
Me contó que, al principio, cuando la dejó su marido, fue una liberación para ella, como cambiar de vida. No quería nada, ni a nadie que se lo recordara. Vendió su casa con todos sus enseres y se marchó a viajar por todo el mundo. Él siempre había sido de costumbres fijas, nunca hablaba, excepto para imponer su opinión. Todo lo contrario que ella: aventurera, solidaria y comunicativa.
Se sintió aliviada cuando él se marchó, estaba harta de hablar en su casa sin interlocutor y encerrada como en una prisión con rejas de oro.
Marina aprendió idiomas pensando que podría comunicarse con los demás, pero no obtuvo el resultado esperado. Notaba que, por mucho que hablaba, nadie ponía atención. Todos iban a lo suyo y no la entendían o no la querían entender. Aprendió mimo y toda su verbosidad la transformó en gestos. Durante unos años representó a múltiples personajes carismáticos en todas las plazas hasta que se quedó a vivir en sus bancos.
Estoy cansada de encontrar cuerpos opacos, autómatas ensimismados que cruzan diariamente el mundo. A mí me gusta estirarme, encogerme, moverme bordeando contornos vivos.
Estoy cansada de que me vean oscura, yo no soy oscuridad, soy un estado intermedio, un claroscuro mediático que siempre afirma: ¡eso está ahí!
Y ahí estaba Marina, una mañana de sol como la de hoy, más vieja y más joven, saltando, estirando los brazos al cielo y algunos transeúntes llamándola “loca”. A mí me gustan los locos, las únicas personas que me agradan son las que están locas por vivir, locas por hablar, locas por reír. Cuando Marina se percató de mí, fue por fin, feliz. Había encontrado a otra loca igual que ella, su segunda piel: su sombra.

“En letra pequeña” Libro de relatos VV. AA.
Taller de Creación Literaria Buhaira
Isabel Mallén - Sevilla, 2005

jueves, 16 de octubre de 2008

50. Mi bolso

Cuando voy de viaje huyo de los bolsos de mano grandes que me dejan los hombros doloridos.
Preparo con ilusión uno pequeñito, esos sí, con correa ancha y larga para llevar de bandolera y lo lleno con miniaturas: bloc, lápiz, bolígrafo, documentos, pañuelos, perfume, barra labios, protección solar, anillo y pendientes, tiritas... y hasta un pequeño costurero-reparador que nada tiene que ver con el cajón de sastre de casa. Todo ello bien distribuido en varios departamentos con cremallera para que no se estorben ni caigan en las numerosas veces que abro el bolso para coger el libro, el objeto sin el cual me es imposible viajar. Siempre tengo varios del mismo tamaño (bolsillo) preparados para el hueco destinado a él.
En este viaje guardé con especial ilusión los "Relatos Breves" de Clarín para viajar por Asturias.

Dice John Berger "que la relación con la palabra escrita y la vida suele ser íntima y secreta".

Íntimo y secreto es el halo que algunos libros dejan en nosotros y que perdura a través del tiempo, como el que dejó en mi la lectura de La Regenta, una de mis primeras incursiones en la literatura. A pesar de que el principio del libro me cayó en un examen, no lo odié, al revés, me alegré porque fue un libro disfrutado.
Visitar ahora la heroica ciudad, aunque no tenga que ver nada con la que describe el libro, fue un placer añadido. La épocas cambian y el ropaje con ellas, pero las personas ¿cambiamos tanto?
Cuando comparo a la anciana del cuento o novela corta de Leopoldo Alas "Clarín", Doña Berta, con alguna, que ahora viva en una de esas casas desperdigadas por el maravilloso paisaje verde y frondoso asturiano, y la sitúo en Nueva York, pienso que sentiría lo mismo que Doña Berta en Madrid.
O el cuento Dos sabios, un placer leerlo, ahora que están tan de moda los balnearios, para disfrutar con la ironía y el fino humor de Clarín.

Durante el trayecto de vuelta me crucé varias veces con una chica que llevaba un libro enorme fuera del bolso. No conseguí ver el título, pero por los dibujitos debía ser uno de tantos best-seller que tanto abundan y no pude evitar pensar el daño físico y mental que le produciría.
Ahora leo en una revista atrasada que “un avispado profesor de París y psicoanalista ha escrito un libro para poder hablar de los libros que no se han leído” y me he acordado de esa chica, seguro que lo comprará. Por cierto el autor del libro, experto en marketing supongo, dice que vive rodeado de libros y es un amante de la literatura, pero no le gusta cómo funcionan las cosas. Y puede que tenga razón, como los lectores de best-seller las suyas, muy respetables, claro está.

Lo que sí es cierto es que no se puede leer todo, como no se pueden probar todas las comidas de todos los sitios porque nos atragantaríamos.
Yo prefiero escoger en la medida de lo posible y escribir sobre lo que me gusta. Por eso he escrito también sobre Clarín aquí.
Y de Asturias ¡qué decir! Que volveré, señal de que me ha encantado.