viernes, 22 de noviembre de 2013

322. Segunda mano


Abre el libro comprado en el mercado de ocasión. Un libro que quizás excedía de su presupuesto siendo nuevo. Deseado, porque al verlo el comprador no ha dudado, lo ha cogido con rapidez antes que otro pudiera quitárselo, casi siempre es uno solo el ejemplar existente. Ha pagado por él la mitad de su precio y ahora sentado en un banco lee el título y la contraportada, busca entre sus páginas y quien observa espera, quizás como él a que encuentre un mensaje. 
¿En qué manos habrá estado? ¿Qué impresión habrá causado su lectura? 
El lector, al acariciar la contraportada, tropieza con la pegatina del precio sucia y desgastada, la frota con la uña, pero no se va. Desiste y abre el libro por la primera página, pero lo cierra y levanta la vista, ¿cumplirá el libro deseado sus expectativas? Parece que sí porque echa la cabeza hacia atrás y con los ojos cerrados sonríe satisfecho. 
Respira un otoño frío y observa las casetas casi desiertas a esa hora de la mañana. 
Abre de nuevo el libro y lo huele, mueve la cabeza a un lado y a otro. Nada, parece echar de menos el olor del papel nuevo, pero se introduce de nuevo en su lectura y ya no la abandona. La mano izquierda sostiene el libro, la derecha no deja de pasar los dedos por la pegatina del precio mientras pasa las páginas. No se ha llevado las manos a la boca, ni a los ojos, ni a la nariz; no se mueve, no le pica nada, los dedos solo rascan la pegatina hasta que no queda rastro de ella justo en el momento en que cierra el libro. Se levanta, lo deja sobre el banco y se marcha. 
El observador va hacia el banco y trata de averiguar qué es lo que ha despertado tanto interés y a la vez ese desapego del objeto deseado, pero al abrir el libro las letras han desaparecido, y tampoco hay mensaje alguno. Corre detrás del lector y asfixiado llega a su altura, éste al verlo con el libro en la mano le dice: a ver si eres capaz de superar la historia que he creado en mi cabeza, yo me voy a escribirla.

jueves, 14 de noviembre de 2013

321. Sobre el acatamiento

Lo que hace que el individuo sienta que la vida vale la pena de vivirse es, más que ninguna otra cosa, la apercepción creadora. 
Frente a esto existe una relación con la realidad exterior que es la relación de acatamiento; se reconoce el mundo y sus detalles pero solo como algo en que es preciso encajar o que exige adaptación. 

El acatamiento implica un sentimiento de inutilidad en el individuo, y se vincula con la idea de que nada importa y que la vida no es digna de ser vivida

En forma atormentadora, muchos individuos han experimentado una proporción suficiente de vida creadora como para reconocer que la mayor parte del tiempo viven de manera no creadora, como atrapados en la creatividad de algún otro, o de una máquina.    "Realidad y juego". D.W. Winnicott