La niña entró por detrás en la casa
que parecía abandonada, miró a un lado y a otro, nada. Se quito los
auriculares, y al ver el agua no pudo resistir la tentación. Bajo
con cuidado los escalones de la piscina y nadó hacia un lado, pero
algo extraño le hizo volver la cabeza, como una mirada. Sin
miembros, sólo cabeza.
Unas voces que salían desde dentro de
la casa la alertaron.
-¡Serán corruptos y mentirosos!
-¡Qué soberbia, qué prepotencia!
Un grupo de personas estaban pendientes
de la televisión. “Por eso no me han oído entrar” pensó.
Volvió a mirar el rostro enjuto y
triste y lo acarició. Se acordó de la frase que su madre, bastante
exagerada, repetía últimamente.
-Estamos volviendo a la edad de piedra.