jueves, 31 de diciembre de 2009

114. Las de la suerte

Y desde mañana en adelante:
Salud, sonrisas y risas, tiempo libre y amor del bueno.

jueves, 24 de diciembre de 2009

113. Más color


Ahora luce el sol en Sevilla.
Os deseo a todos una buena noche.

martes, 22 de diciembre de 2009

sábado, 19 de diciembre de 2009

111. Dehesas

De norte a sur y tiro porque me toca. Y sí, me toca este revuelo sobre los toros. Yo nunca he visto ni veré una corrida. Cuando mi padre las veía en televisión me tapaba los ojos. No me gusta ver la sangre corriendo por ningún lomo, ni los castigos. He escuchado a los que entienden y comprendo ese arte que cuentan pero no lo comparto.


Pero siento que si esas dehesas verdes salpicadas de encinas, alcornoques, olivos, acebuches; en primavera cuajadas de margaritas, jaramagos y lirios. Si tuvieran que desaparecer, no me gustaría.


Y aunque por preservarlas le hayan puesto puertas al campo, y, rodeada de cercas, no se pueda entrar en ellas a coger setas como hace tiempo se hacía, ni pasear por esas bellas praderas. Es necesario reconocer que conforman un ecosistema muy singular donde si yo fuera vaca o toro me encantaría pasear, comer y reposar.


martes, 15 de diciembre de 2009

110. Como en un cuento

Dicen que la montaña es como un libro abierto que hay que saber leer. Yo me negaba como ignorante que se encuentra cómoda en su ignorancia.

Y, curiosamente, gracias creo a mi amor por los libros, he entreabierto sus maravillosas páginas en mi último viaje. Uno buscado, no para mí, pero quizás por eso ella, la montaña, me ha contado cosas.

Tiene múltiples caras, por eso es difícil conocerla; a mí me da miedo, mucho miedo. Prefiero la suavidad de las playas, la caricia de las olas y los cuarenta grados de mi sur. Sin embargo, la vieja sabihonda, ha sabido atraerme.

Primero me ha recibido con la calidez de sus pueblecitos de piedra y pizarra, con ventanas coloridas de geranios. Sus laderas engalanadas de verdes y ocres del otoño terminaban en un blanco entreverado en su cumbres.



Me ha mostrado los pliegues de su origen, a veces, cubiertos de agua en sus cascadas. Ríos que la atraviesan en gargantas y arrastran enormes piedras de cantos bien rodados.

Y cuando me ha notado pisando sus veredas y hundiendo mis pies en ellas para escuchar el crujir de la nieve. Cuando ha observado las sensaciones que mi cara reflejaba, entonces ha dicho: ven.


Y yo, confiada, como la niña que va buscando el misterioso castillo de las hadas, he seguido el caminito por las miguitas que otros van dejando. Casi sin creérmelo, hasta llegar a su mismo pie.

La imagen que vi me cortó la respiración: allí el valle en forma de U terminaba en una mole enorme y en su cúspide tenía una boca grande y abierta.




Aquí, justo en este Monte Perdido debe habitar el monstruo de las nieves, pensé. Lo imaginé en la negra noche, saliendo de su agujero, avanzando y helando con su bufido todo ser viviente.

Menos mal que las hadas tenían un fuego en el castillo y me dieron calor, para más tarde al lado de la lumbre contarme leyendas, enseñarme juegos de azar, mostrarme las estrellas y estar tan cerca de ellas que imaginé poder tocarlas.

sábado, 5 de diciembre de 2009

109. Árbol centenario

¿Cuántos tapones parirá?