sábado, 31 de diciembre de 2011

228. Girar y girar

Se acabó

Porque el tiempo vuela

Y esto es lo que llega

Os desamos, a pesar de los pesares, un buen año a tod@s.

Gracias por vuestras visitas y mejores palabras. Abrazos.

jueves, 22 de diciembre de 2011

227. ¿Qué hacer?

No hay que pasar por debajo si no quieres.

Ni tirarse a la gran piscina.

O quedarse con la sombra torcida.

Tampoco dormirse como un lagarto.

Mejor: reunirse al sol entre las espinas.

martes, 13 de diciembre de 2011

226. Rabo de lagartija

Con esta edad, mis preocupaciones no eran como las de Pepito, mi amigo, que no está en la foto porque salió con cara de bobo, y como yo me reía de él, la cortó. Ese día, ya tan lejano, le di un susto de muerte. Sí, sí, de muerte, la palabra mágica, ¿qué pasaba después de la muerte? Era el problema que nadie quería explicarme.

Antes de hacernos la foto, habíamos estado jugando a cortarles el rabo a las lagartijas. Me gustaba observar cómo se seguían moviendo después de cortárselo. Pepo, como yo lo llamaba, volvía la cara para no verlo. Pero yo seguía sus coletazos hasta que el rabo dejaba de moverse, entonces, cogía la lagartija que me daba más pena, la guardaba en una caja y la cuidaba hasta que le crecía uno nuevo. Jugábamos en la parte de detrás de la casa. Mi madre, mientras tendía la ropa, hablaba con la vecina.

-¿Que se ha muerto Antonio? –decía mi madre sorprendida- Pero si no puede ser, si desde que le cortaron la pierna pareció revivir.

-Pa que veas, Lola, si es que no somo nadie. Ya lo están velando. Arréglate y vente conmigo porque tú ahí tendrá que cumplí, que e pariente de ustede –le contestó la vecina.

-Lucía, ¿qué le han hecho a Antonio? –me preguntó Pepo con cara de susto y soltando las tijeras de golpe.

-Chistt..., calla que no me entero –le contesté bajito.

-Pero ¿qué ez velando? -me dice al oído.

-Mira que eres burro; velando tiene que ver con velatorio, que es como una merienda donde las mujeres se reúnen y se ríen mucho, y hay una caja grande con unas velas muy altas...

-Y ¿hay muertoz? -me interrumpió tirando la tapadera de su caja, el muy torpe.

-Solo uno, pero seguro que se ha muerto de la risa. Anda, tira ya los rabos, que esos sí que están muertos y vamos a ver qué pasa.

-Yo no voy, zi... ezzz que... mi madre no me deja -dijo con esa voz de cazurro y pataleando.

-Y ¿crees que a mí sí? Dile a tu madre que la mía te ha pedido que juegues conmigo porque..., tengo fiebre... no, no, creerá que te voy a contagiar, porque... tengo un juguete nuevo.

Ya había pasado un rato y mi amigo no venía, así que me colé en el patio de la vecina y de allí por la azotea hasta la casa del muerto; las mujeres estaban en la cocina en plena merienda. Todo mi afán era saber si las personas eran como las lagartijas y si les crecían las partes que le cortaban. Encontré el cuarto por el olor de las velas, habían arrimado la cama a la ventana para hacerle sitio a la caja, que ocupaba el centro de la habitación. Al otro lado estaba el armario de tres puertas con la luna del espejo en el centro.

Me subí a la cama y miré por la ventana por si alguien venía por la calle. En los pueblos no para el correveidile de las gentes en los entierros. Estaba de suerte, nadie, sólo Pepo que llegaba corriendo con sus pies planos y asfixiado de subir la cuesta.

-Quédate aquí y vigila. Me avisas si viene alguien –le dije.

Le vino de perillas quedarse fuera y se agarró a los barrotes de la ventana para observarme.

Sólo se escuchaban las risas de las mujeres y el ruido de las tazas en el fregadero. La cama, donde me encontraba de pie, estaba retirada de la caja del muerto. Tenía la tapa quitada y estaba cubierto por una sábana. Salté y caí dentro, en una especie de hueco que debía ser la pierna cortada. Por instinto me subí a la otra pierna, como cuando mi padre me cogía en cabritos, y estirándome intenté retirar la sábana de su cara. No me dio tiempo averiguar si estaba frío como dicen que están los muertos. Me vi disparada a través del espejo al tiempo que un grito, el de mi amigo, alertaba a todo el mundo. No paraba de mirarme, estaba como en un bocadillo entre la pierna levantada y el cuerpo incorporado del Antonio que había resucitado. Sentí que alguien me levantó por la espalda como a los gatos, y con brío me sacó a la calle echando pestes de mí.

Mi amigo corría como alma que lleva el diablo, y yo más detrás de él, diciéndole a voces...

-¡No corras tanto! ¡Esperaaa! ¿Ves como yo tenía razón? Está vivo y le está creciendo la otra pata como a las lagartijas.

A mi madre, la niña de la foto y la voz que narra.

Cuento incluido en la novela "El beso de las nubes", en construcción.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

225. Cosiendo que es gerundio

Este puente nada de viajes, no sé si lo sabéis, pero estamos en crisis.
Yo desde ayer coso.
Ya os lo enseñaré.