Esa ciudad a la que volver porque no
vives en ella, que si pudieras...
La mía no precisaría ni muchos
monumentos, ni tan siquiera iglesias, sí un centro difícil en el
que perderse en el aquí y ahora, sin vivir otros tiempos.
Atravesarlo en distintas direcciones del centro hacia fuera o
viceversa. A mí me gusta más imaginarlo a los pies de la torre que
adivino enhiesta, en su plaza, recibiendo la inmensa luz de la
mañana, o los rojos chillones de la tarde. Caminar, volver la vista
atrás, y, ya en la lejanía, divisarla siguiendo un recorrido: subir
primero por avenidas sombreadas, eso sí, mejor en primavera para
oler el paraiso majestuoso, que el azahar está muy visto. Y una vez
allí, bajar despacio. Y contemplarla al fondo, esperando,
esperándote.