domingo, 29 de noviembre de 2009

108. Soy un tomate

Cada vez que vuelvo a la casa del pueblo la veo más vieja, sin embargo, las cosas que guarda de las vidas que la albergaron siguen cada una en su lugar.

En cada cosa hay una historia, un motivo de por qué sigue ahí, hasta la huella de unos labios formada de múltiples besos dados a una fotografía, que me resisto a limpiar.

Esos objetos que, a pesar de que no son nuestros del todo, nos siguen perteneciendo no tienen fecha de caducidad, nos reciben una y otra vez; incluso en silencio, un silencio sólo interrumpido por algún pajarillo que cruza el patio alegrándolo. A veces parece que dialogaran entre sí.

Dice Antonio Muñoz Molina que “a Andy Warhol le gustaba guardar cajas en las que atesorar vanamente las cosas cotidianas de la vida queriendo amansar el río desastroso del tiempo”.

Los mayores de antes no coleccionaban, guardaban las cosas por necesidad ¿y si algún día por H o por B las necesitamos? Eso decía mi madre.

Cada vez que vuelvo de la casa del pueblo vengo más cargada que fui. No sólo mentalmente, sino corporalmente. De ese cajón de sastre que son las cosas que nos acompañaron siempre me traigo algo.

Seguro tendrá esto algo que ver con los genes, también estoy segura que en mí acabará. O quizás se inventen mis hijos alguna performance con lo que encuentren, como el artista chino Song Dong con las cosas de su madre.

Lo único que tiro es un tomate olvidado y mohoso que parece decirme: eres como yo, perecedera.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

107. Todos los días...

te mataré un poquito más.

A pesar de que la reunión era divertida, no lo pasábamos bien. Cada vez que ella intentaba hablar, su pareja le mataba la palabra.

viernes, 20 de noviembre de 2009

106. Levantar el papel donde escribimos...


Levantar el papel donde escribimos
y revisar mejor debajo.

Levantar cada palabra que encontramos
y examinar mejor debajo.

Levantar cada hombre
y observar mejor debajo.

Levantar a la muerte
y escudriñar mejor debajo.

Y si miramos bien
siempre hallaremos otra huella.
No servirá para poner el pie
ni para aposentar el pensamiento
pero ella nos probará
que alguien más ha pasado por aquí.


Roberto Juarroz

lunes, 16 de noviembre de 2009

105. De cine

Este año me incorporé tarde al Festival de Cine de Sevilla, aún así he podido asistir a algunas películas, que no han sido las premiadas, tampoco creo mucho en los premios; por eso, cuando tengo oportunidad de elegir cine de autor, sólo me guío por mis preferencias.

En primer lugar busco una panorámica de las secciones, y luego las películas, una por una. Un recorrido que me gusta, todo nuevo: títulos, actores, lo son la mayoría y de nombres difíciles de escribir. Siempre elijo más de las que puedo ver.

Las salas de los cines comerciales son ocupadas en el tiempo que dura el festival por estas miradas nuevas a las historias de siempre.

Historias basadas en las provocaciones del egoísmo, la envidia, el racismo como en “Jaffa”, (bella) como lo es esta ciudad que apenas se contempla, porque su directora Keren Yedaya se ocupa de mostrar las imágenes de lo que quiere contar: la contención dramática de los personajes, en especial la chica que no puede cumplir el sueño de huir con su novio porque todo se complica en su familia. Una historia antigua en un mundo actual.

Como antigua es la que nos cuenta Manoel de Oliveira. Quise conocer el cine que hizo el año pasado a sus 100 años, “Singularidades de una chica rubia” basada en un cuento de Eça de Queirós. La presentaron como una filigrana que yo no aprecié, pero sí me gusto la forma de contarla. Saber que este director hizo cine mudo y que ahora está inmerso en un documental sobre arte, para seguir con una nueva película, que su productor confía presentar en el festival del año próximo, es un ejemplo de amor al trabajo y al cine.

Y cuando no es la historia la que te atrapa, que también, lo son sus protagonistas como Abel Ayala (el joven de la foto) en “El baile de la Victoria” de Fernando Trueba, basada en la novela de Antonio Skármeta. Una frescura y una delicia la interpretación de este chico.

Para terminar elegí teatro dentro del cine “L’Ultimo Pulcinella”, de Maurizio Scaparro. Un canto romántico a favor de la poesía y el teatro, porque estoy ocupada estos días leyendo este género y porque fue el último guión que escribió Rafael Azcona.

viernes, 6 de noviembre de 2009

104. Contra las cuerdas

La temperatura del otoño no era la normal en la playa, hacía calor. Paseaba, cuando me llamó la atención una señora mayor hablando enfadada.
-Venga, Susi, por favor, ¡camina que es tarde!
Vi a Susi cómo se resistía. Su intención era la de esperar a alguien, pese al esfuerzo por seguir caminando que hacía la señora de aspecto agradable.
Seguí andando unos pasos más; miré hacia atrás, la situación no había cambiado, pero al volver por el mismo camino Susi se había calmado y se mostraba feliz.
Quien no parecía estarlo era el señor de pelo blanco y delgado, que ahora las acompañaba. Se veía muy alterado. Justo al cruzarnos se dirigió a mí.
-Se ha dado cuenta ¿verdad? La he visto antes, mientras alejado de mi mujer conversaba con un amigo, usted contemplaba curiosa la situación.
Esto lo dijo sin mirarme, sólo tenía ojos para Susi, y señalándola siguió.
-Ella, ella es la que tiene la culpa de que mi mujer y yo no nos separemos, sólo está feliz cuando estamos juntos.
El tira y afloja estaba ahora completamente trasladado a la pareja mayor. Ambos, en un exceso de confianza sin apenas conocerme, hablaban a la par, enzarzados en demostrar que cada uno en sus deseos no era complacido por el otro. Si de algo se mostraban seguros, era que el poco tiempo que les quedara por vivir, no querían utilizarlo haciendo aquello que no les gustaba.
Y allí estaba yo, contra las cuerdas, sin poder emitir una media sonrisa a pesar de que la situación resultaba algo cómica en apariencias. Porque era Susi quien les había puesto, si no la soga al cuello, sí a los pies.
Susi, como si no fuera con ella, movía presumida el moñito de su cabeza en brazos de su amo, mientras su ama le acariciaba el pelo.