Me llamo Mario y soy periodista. Me gusta ir por las mañanas a los mercados de Abastos y pasearme entre los puestos cuando no tengo ningún trabajo que entregar. He vivido en varias ciudades y al visitarlos, los comparo. Hay diferencias en su aspecto, pero no tanto en las conversaciones que escucho. Sobre todo a media mañana que ya han desayunado las amas de casa con sus amigas y aprovechan para hacer la compra.
La primera vez que comenzó esta afición mía yo esperaba en un puesto de charcutería y miraba con hambre esa variedad tan apetitosa, no sabía cual elegir para un bocadillo. Era mi primer trabajo en la redacción y mi primer día, además, tenía que administrar bien lo poco que iban a pagarme. Me dirigí a la señora que tenía a mi lado para que me aconsejara, pero advertí que con cara de enfado tiraba de algo. Pensé que al otro lado tenía al perro. No pude evitar exclamar:
¡Madre mía, pero si es un niño!
Me miró enfurecida diciendo: ¿Un niño? Es un diablo que ya se me ha escapado varias veces mientras guardo las colas. Esto último lo dijo con retintín mirando a la tendera que charlaba animada con otras clientas. Como no le echaba cuenta siguió casi gritándome y tirando a la vez de la correa mientras el niño lloraba:
-¿Y sabes? ¡Por poco me lo mata un conductor que iba como un loco! ¡Cómo se nota que nunca serás madre!
-Y usted qué sabe, señora, le contesté.
Por los gritos que emitía todas nos miraron riéndose de mi respuesta.
Ahora, también me río, ese día salí pitando de allí y me quedé sin bocadillo.
Sin embargo, veo que se siguen usando esos cinturones con alargadera; hace poco vi una madre joven que hablaba por el móvil, su hija pequeña protestaba porque quería alcanzar algo y no podía.