Es ella, seguro, aunque la vea de
espaldas es ella, ¿quién si no iba a llevar en la pierna izquierda
la bota por encima del pantalón, y en la derecha lo contrario? Tiene su andar, su pelo, alta figura y su propia elegancia desaliñada en el vestir. Eso
pensaba, y tan segura estaba que me di prisa para alcanzar a mi
amiga. Al llegar al semáforo, en rojo para los peatones, la llamé dándole un golpecito en el brazo.
-¡Carmen!
-¿CÓMOOO?
Ni aquella mujer de rostro enrojecido y
colérico era mi amiga, ni yo podía sortear los coches que pasaban a
toda velocidad para huir de ella.
Lo vi todo rojo: el semáforo, su cara y hasta yo misma si me atrevía a cruzar la calle. Ni siquiera le advertí
que llevaba cada pierna vestida de forma diferente.
Giré en redondo, intentando pasar inadvertida, incluso, cambié el destino al que me dirigía.