El libro “Cabañas para pensar”
analiza la relación existente entre la intimidad, el lugar y el
proceso creativo en personajes que pasaron a la historia: músicos,
filósofos, escritores, poetas y una única mujer: la escritora
Virginia Woolf. Así como una selección de herbarios de cada uno de
los lugares en los que están situadas las cabañas.
Nada que ver, como cuenta el escritor
Enrique Vila-Matas en el artículo del 04 de octubre de 2011, sobre el deseo de Kafka en un escrito a su novia
Felice Bauer: "La mejor vida para mí consistiría en
confinarme con una lámpara y lo necesario para escribir en el
recinto más profundo de un amplio sótano cerrado".
Los más pudientes habitaron más de
una y la construyeron cerca de la mansión principal como la de
Gustav Mahler. La propia Alma, su mujer, describe la rutina diaria
del compositor, a lo largo de esos años. “ En verano, se levantaba
cada día a las seis o seis y media. Al despertar, preguntaba por la
cocinera, quien inmediatamente había de preparar el desayuno y
llevarlo a su estudio a través de un camino escarpado y resbaladizo.
El estudio se hallaba en medio del bosque, unos sesenta metros más
alla de la villa; la cocinera no podía usar el camino habitual,
porque Mahler no toleraba verla ni a ella ni a nadie antes de empezar
a trabajar; de forma que, cada mañana, la mujer tenía que subir un
camino empinado con una pesada bandeja de desayuno.
Para desayunar tomaba café recién
hecho, mantequilla, pan de harina de trigo y mermelada (una diferente
cada día...). La cabaña no era nada más que una larga habitación
construida en piedra con tres ventanas y una puerta. Yo pensaba que
la vivienda no era buena para su salud, porque estaba muy metida en
el bosque y no tenía sótano. Pero no podía hacer nada para evitar
que Mahler la utilizase, dado el gran cariño que le tenía. Había
un gran piano en la habitación, y en las estanterías reposaban
todas las obras de Goethe y Kant. Aparte de esto, tan sólo había
música de Bach”.
Sorprende que entre este racimo de
creadores sólo haya una mujer: Virginia Woolf. “Tras la Gran
Guerra, Virginia Woolf y su marido compraron Monk House, en el pueblo
de Rodmell. No tenía baño, ni agua caliente, tan solo había
paredes y ladrillos. Virginia escribió: “Fuimos a Rodmell, y la
tormenta nos golpeó durante todo el día, en el exterior terrenos
árticos, de forma que ocupamos todo nuestro tiempo atendiendo el
fuego”. Un día tuvieron que levantarse a las 4
de la madrugada para cazar los ratones que se aupaban hasta la cama.
Pese a ello, la escritora amaba la casa y la cabaña, y “los dulces
y umbríos paseos” en torno al lugar. Como ella mismo afirmó:
“Una mujer debe tener dinero y un habitación propia si desea
escribir ficción...”