sábado, 30 de julio de 2016

414. Esas pequeñas cosas...

Dice Georges Perec: “el espacio se funde al igual que la arena, se escapa de los dedos, El tiempo se lo lleva...
Escribir en tratar meticulosamente de retener algo, de hacer que algo de todo esto sobreviva: arrancar algunos pedazos precisos al vacío que se forma, dejar en alguna parte, un surco, una huella, una marca o un par de signos”.

Extraído de “Espèces d'espaces”

Tiendo la ropa y quiero detener el tiempo porque es muy agradable tender en un espacio abierto.

  Contemplar el sol a través de ellas y pisar sus sombras.

El incienso rebosa de su limitado espacio y la cica se abre

y regar con su chorro de agua refrescante.

viernes, 22 de julio de 2016

413. Nada se pierde

Si leo poesía ella aparece y no es la musa, o tal vez sí. Es Rosa con su vitalidad con su saber apreciar el tono, la forma, los susurros. 
Sólo ella sabía leer entre líneas lo oculto. Tanto del poema como de la vida. 
Es una presencia, su cara llena de arrugas: sabiduría, su pícara sonrisa: travesura, sus ojos escudriñándolo todo: inteligencia, su voz saliendo de lo más hondo: calidez.
Ahora ya tienes, Rosa, quien traerá en sus genes ese gran legado: una nieta preciosa que ha nacido justo al año de tu ausencia.

MAR

Me ha encantado volver a verte.

Tus formas
tu olor
tu color
tu sonido.

De enfado
de calma.

De no entender.

Rosa Guzmán,
Chipiona, 25 de enero de 2014.

domingo, 10 de julio de 2016

412. Vacaciones

Se miró las uñas. Estaban pintadas y brillantes, se veían largas al trasluz. En verano podía dejarlas crecer a gusto. Al volver la mano, otros brillos destellaban como piedrecitas debajo de las uñas al iluminarlas la primera luz de la mañana. Eran granos de azúcar que se habían prendido al espolvorear las tostadas en el desayuno. Nunca imaginó que lo tomaría a la misma hora de todo el año. ¿Y para eso se había alquilado una casa en el campo? Sin ruido, había exigido a la agencia, necesitaba una cura de sueño.
Se miró las manos. Eran las mismas que poco antes habían asustado a la paloma que con su bububu bú repetitivo y cansino la despertaba desde el primer día de sus vacaciones. La tarde antes al pasear por la orilla del río cogió varias piedras. Las mismas que reposaban en la mesita de noche. No era una asesina de palomas, pero si la suya insistía como insistían sus nervios por falta de descanso, estaba dispuesta a cargársela de una pedrada.