martes, 28 de agosto de 2012

264. Y en la tarde-noche



hay quien mira


juega o...

domingo, 19 de agosto de 2012

263. Calma chicha

Las chicharras no han parado de cantar y el cielo nublado anuncia más calor.
Hoy es uno de esos días de verano de los de calma chicha: no se mueve una hoja, que decía mi madre. Es una quietud rara, como de bochorno, aire caliente del estío, pero aquí no sopla ni caliente, y mucho menos frío.
En realidad la calma chicha es la ausencia de viento que hace desesperar a los marineros.
Mario Benedetti expresa mejor esta calma chicha, porque define una quietud más amplia, esa de la que espero que salgamos cuando pasen las calores:
Esperando que el viento
doble tus ramas

que el nivel de las aguas
llegue a tu arena

esperando que el cielo
forme tu barro

y que a tus pies la tierra
se mueva sola

pueblo
estás quieto

cómo
no sabes

cómo no sabes
todavía

que eres el viento
la marca

que eres la lluvia
el terremoto.


viernes, 10 de agosto de 2012

262. Lentitud

Su andar es igual que una mecida, primero hacia un lado y acto seguido hacia el otro. De aspecto cansino camina despacio por la acera de la izquierda mirando al suelo, ahora girará, también hacia la izquierda, como cada día. Saca un pañuelo del bolsillo y se limpia los ojos.
La mujer de rostro serio lo observa desde la ventana: a-le-ján-do-se. Parece un cómico que ensaya el alejamiento, pero no lo es. Ni tan siquiera huye de esa discusión diaria.
Ya lo ha perdido de vista a pesar de su andar lento. Cae la persiana y ella se adentra en las sombras. Sigue sin entender que lo que este hombre no soporta es el peso de “la calo”,  pero siempre elige el sol.

sábado, 4 de agosto de 2012

261. En la nube


La conversación empieza bien, por fin unos días de vacaciones entre tantas cosas que poner derechas. Saludos aquí y allá, pero sin preguntas, puede que haya alguna oveja negra familiar pasándolo mal. Todos resplandecen como etéreos y, para evadirse aún más de las últimas presiones, cada uno toma un sorbo, ora del blanco, ora del tinto. Entre tanto, ora que te ora, alguien pronuncia la palabra mágica: religión. Todos vuelan hacia la nube, allí hay acuerdo total para hacer llover chuzos de punta, provocar el diluvio y construir la embarcación, eso sí, sólo para ellos: los elegidos.