domingo, 29 de marzo de 2015

371. La pasión según...


El blanco de la pared era como un imán.


Se enamoró del habitáculo al rodearlo, era perfecto para ejercer su dominio sobre ella.


Cada día la visitaba y cambiaba la frase que pintaba y luego le gritaba desde fuera. Hoy tocaba: buenos días, princesa.

sábado, 14 de marzo de 2015

370. Comunicación no verbal

Hay gestos que nos definen en ese decir cómo somos, en esa comunicación no verbal en la que, por ejemplo, si cruzamos los brazos a la altura del pecho nos estamos defendiendo a saber de qué.
Pero hay otros gestos que suceden en nuestro interior, sin que nadie lo advierta, bien porque estamos solos o por no molestar. Esos que dicen qué nos gusta, con quiénes somos más afines, etc. O cuando leemos y escribimos en soledad, ¿qué sucede en ese ámbito intimista? ¿Son dos placeres iguales, distintos?
Me atrevería a decir que sí, para muchos la escritura es una especie de calvario y son buenos lectores.
Ni siquiera hace falta que sea un libro lo que nos lleve a esa comunicación, puede ser una frase, un poema, algo más extenso si lo requiere. Pueden ser impresiones de ese autor a quien se lee, sin planteamiento, nudo y desenlace. A veces, ni tocas el papel; a veces, sólo la pantalla fría hace de intermediario, aunque para lo que intento describir los defensores del papel argumentan:
la sensación implícita de dónde usted está en un libro físico, se vuelve más importante de lo que creíamos; hay algo físico en la lectura, el cerebro a través del tacto del papel lo necesita, reconoce las letras en base a líneas curvas y espacios; utiliza procesos táctiles que requieren los ojos y las manos...
No sé si os pasa, pero cuando quiero recordar un pasaje de un libro me acuerdo de la página, en que lugar estaba, si había punto y aparte, le llaman memoria fotográfica. Me gusta el papel, aunque no sé qué haría sin mi pequeño portátil, pero esto es otro tema.
Lo que me interesa es el acto de leer, ese volar hacia las palabras del otro, adentrarme en lo que escribe, qué cuenta entre líneas.
Cuando las palabras son sinceras, cuando se escribe desde la verdad, lo notas. Si conoces quién hay detrás de ellas redondeas, y si no, lo intuyes; te comunicas, y es ese sentir lo que unifica, como dijo alguien, “la sensación de que no estamos solos”. Como hilos invisibles.