¡Cómo me sigas contestando así te vas a ir a vivir debajo de un puente!
Y eso mismo le pasó a la vendedora de sombreros de paja, pero como me contó -sólo para simplificar, dijo- no la echó su madre.
Se
enamoró perdidamente del hombre equivocado, un aventurero que la
conquistó con su labia y para que se durmiera la envolvía en sábanas de
leyendas lejanas.
Hasta
que el mismo puente, además de cobijarlos, fue conociendo a cada
uno. Tanto sentimentalismo para
despertar compasión en ella
le chocaba.
Adelantándose
a su vejez, el puente se desprendió de su piel. Sucedió una noche que
a él, bañado en alcohol, no le salían las palabras.
Ahora, cada vez que alguien
pasa por debajo puede ver el perfil de ella dándole la
espalda y el de él
desdibujado.
Y
ahora, también, comprendo
la felicidad del
rostro de la vendedora
cada mañana al vender
su mercancía a quien pasa.
Por
cierto, me compré el sombrero.