Sí, por fin es la lluvia esperada que empapa y acumula. He escogido un texto y un poema de dos narradoras que me gustan para ilustrar esta entrada.
Leyendo a Isak Dinesen (seudónimo de Karen Blisen) en Memorias de África.
Cuando el sonido cada vez más acelerado pasaba sobre tu cabeza, era el viento en los altos árboles del bosque, y no la lluvia.
Cuando corría a lo largo de la tierra, era el viento en los arbustos y en las largas hierbas, y no la lluvia.
Cuando susurraba y sonaba sobre la misma tierra, era el viento en los maizales -donde sonaba de una forma tan parecida a la lluvia que te engañaba una y otra vez y hasta cierto punto te compensaba, como si estuvieras viendo una representación de lo que deseabas-, y no la lluvia.
Pero cuando la tierra respondía como una caja de resonancia, con un ruído fértil y profundo, y el mundo cantaba en torno tuyo, en todas las dimensiones, por encima y por debajo, esa era la lluvia. Era como volver al mar cuando has estado mucho tiempo lejos de él, como el abrazo de un amante.
A Isak Dinesen
Tu voz, honda y serena, transparente
como el agua de ríos primordiales,
brota en la espesa noche y cae al alma
y cae al corazón.
Tu leve gesto
desde el fondo del libro alza su vuelo,
y es como si un paréntesis se abriera
en la africana tarde silenciosa.
Con los zapatos llenos de agujeros
te veo atravesando la llanura
o las rosadas calles de Nairobi
alta de luz y frágil como un ciervo.
Hermosa y digna vas tocando puertas,
dulce reina arruinada y pesarosa.
En la página se oye tu suspiro
y tu infinito amor triza la noche,
llega hasta mí,
restaña mis heridas.
Piedad Bonnett En consideración a la alegría
Del libro de poemas Nadie en casa
De la colección Un libro por centavos