
Al hacer esto lo exteriorizamos, y eso nos da la oportunidad de analizar los errores cometidos porque vemos el producto de nuestro trabajo.
No ocurre así con la actuación, aquí siempre dependemos de los demás, de cómo nos ven los demás. En realidad es como la vida porque estamos interpretando a personajes.
Cuando consideramos un fenómeno, cuando nos imaginamos un objeto, un acontecimiento, o traemos a la mente experiencias de la vida real o imaginaria, no solo reaccionamos con nuestros sentimientos, sino que les pasamos revista con nuestros ojos interiores, pero esta visión interior debe tener relación con la vida del personaje que se representa, de ahí la dificultad. Concentrar la atención en la vida del personaje debe servir para reforzar la atención que decae porque en esta acción repetitiva es difícil poner en solfa todos los estados de ánimo que la acción requiere.
Cuando me falta concentración a mí me sirve recurrir a la lectura teórica. Algo que me estimula es volver a leer lo que dicen diversos autores sobre lo que considero vital para que el texto fluya: el subtexto.
¿Qué es lo que hay detrás y por debajo de las palabras reales de un papel?
¿Sabemos de verdad qué estamos haciendo, qué está ocurriendo en la obra?
El texto es como la punta de un "iceberg" y tenemos que descubrir el resto del material oculto.
El subtexto es un tejido de esquemas innumerables y diversos dentro de la obra y del personaje. Elementos entrelazados como los hilos de un cable que la atraviesan y conducen al superobjetivo último.
Es lo que nos hace decir las palabras que decimos en una obra. Es la expresión manifiesta e interiormente sentida de un ser humano en el personaje, expresión que fluye ininterrumpidamente bajo las palabras del texto y que les proporciona la vida y una base de existencia.
Solo cuando nuestros sentimientos alcanzan la corriente subtextual nace “la línea de acción continua” de una obra o un personaje.
En escena no debieran usarse palabras sin alma y sin sentido. En un escenario las palabras no deben estar divorciadas de las ideas ni de la acción. La misión de las palabras en el teatro es despertar toda clase de sentimientos, deseos, pensamientos, imágenes interiores, sensaciones visuales, auditivas y de otro tipo en el actor, en los que actúan frente a él y, a través de ellos: el público.
Esto es algo que tendemos a olvidar en un escenario. Los espectadores están hartos de ver escenas cotidianas, tenemos que ofrecerles algo más: trascender el texto y que el espectador se pregunte qué hay detrás de esa persona-personaje que habla.