Me choca que al hacer una versión cinematográfica de una obra literaria, sustituyan la imagen de portada del libro por el cartel de la película o alguna escena principal. Aunque no dejo de reconocer que gracias al anuncio de la misma he descubierto a este autor y he podido leerlo antes del estreno.
Cuando abrí la solapa del libro observé la fotografía del autor. Alberto Méndez parecía un hombre de mediana edad, sólo figuraba su fecha de nacimiento (1941) y al seguir leyendo me intrigó, aún más, saber que era su primer libro narrativo.
Un libro de relatos, cuatro historias sutilmente engarzadas entre sí, contadas por distintos narradores que van perdiendo protagonismo, a medida que se avanza en la lectura, porque se va adueñando del lector la vida y las vidas de los distintos personajes que conforman las distintas historias.
Con un lenguaje rico, directo y duro entramos de lleno a un periodo: nuestra guerra civil, o, mejor dicho, las secuelas de la misma que, si no se ha vivido, se puede imaginar perfectamente por las situaciones narradas con palabras llenas de significación y personajes perfectamente descritos. Unos personajes distintos por como piensan y recuperados por su autor para preservarlos del olvido.
Mucho se ha escrito sobre este tema, pero dudo que hayan calado tan hondo en el lector como estos relatos elaborados con tanta maestría, teniendo en cuenta que era su primera obra narrativa. No obstante, no era lo primero que escribía, estaba familiarizado con la escritura. De padre traductor, trabajó en la industria editorial y había escrito guiones de cine.
La primera edición fue en Enero de 2004, enseguida funcionó el boca a boca y aparecieron las siguientes. La que tengo en mis manos es la decimoctava.
Alberto Méndez, no pudo disfrutar del éxito de su libro, murió en Diciembre de ese mismo año, pero sí pudo plasmar todo el dolor con una riqueza de vocabulario tan expresiva que hasta la tristeza que lo inunda es bella.
De haber vivido más tiempo hubiéramos podido seguir aprendiendo de su palabra. Su libro fue estudiado en talleres de lectura. En la frase: “Un aluvión de presos infestó aquel sótano y fueron incorporándose asombros nuevos, miedos diversos, resignaciones diferentes” la adjetivación hace que esa uniformidad que imaginamos en ese “aluvión de presos” desaparezca y enfoquemos a las personas enfrentándose a esa situación de manera desigual.
Todo lo que se narra en este libro es verdad, pero nada de lo que se cuenta es cierto…, dice la sinopsis del libro en su contraportada, pero cuando leo en la página 146: “En aquel ovillo de moralidades, el cuerpo estaba proscrito y las sensaciones que a través de él percibíamos eran buenas si eran fruto del dolor o, a nada de placer que produjeran, eran malas. La salud tenía que ver con el sacrificio mientras que la enfermedad sobrevenía siempre por la satisfacción de los instintos”. Una realidad que muestra la manera impuesta sobre la forma de sentir y de pensar que no ha desaparecido a pesar del daño que ha hecho.
La necesidad de ahondar más en el autor me ha llevado a buscar alguna opinión propia sobre su escritura y sobre el libro. Sólo he encontrado esta entrevista suya y múltiples opiniones de críticos alabándolo. Pongo como muestra la de Fernando Valls publicada en Babelia el 15-10-2005:
“Cuando un peculiar libro de cuentos, como es Los girasoles ciegos, contra todo pronóstico comercial razonable, gana el Premio de la Crítica, el Premio Nacional de Literatura, agota seis ediciones (unos quince mil ejemplares, según su editor), y consigue vender los derechos de traducción a Alemania, Francia, Italia y Serbia, es que algunas virtudes especiales debe tener. Y claro que las tiene: la emoción que produce su lectura y la indiscutible calidad literaria”. Pueden continuar leyendo en este enlace.