Si
Brecht había tratado de transformar el aparato institucional del
teatro, Augusto
Boal lo
concibió
fuera de las instituciones: cualquier lugar era un lugar para el
Teatro del Oprimido, puesto que el teatro es una propiedad humana que
permite que el sujeto pueda observarse a sí mismo, y a los demás,
en acción.
Si
Brecht hizo conflictiva la oposición del espectador y del productor
(es decir, los actores, músicos, etc.) e intentó abolir la división
entre representación y público, Boal introdujo en el teatro las
innovaciones estructurales necesarias por las que no había actores
ni público, sino los que actúan y los que observan activamente.
Si
Brecht sustituyó la representación por una situación dramática
que había que resolver, Boal convirtió la escena en un laboratorio
para la investigación social en el que lo representado era una
hipótesis dramática que había que desarrollar y reconstruir
permanentemente.
Si
Brecht trató de establecer un método de pensamiento con el modelo
de las piezas de aprendizaje, Boal construyó un método conflictivo
con el que afrontar la vida.
Nadie
ha ido tan lejos de Brecht ni ha desarrollado tanto las posibilidades
de un teatro crítico. El Teatro del Oprimido muestra la naturaleza
social, la materia ideológica de la que estamos hechos, y no lo hace
para interpretarla, sino para transformarla.
Actores
somos todos nosotros, el ciudadano no es aquel que vive en sociedad:
¡es aquel que la transforma!
“Ahora
acaba la ficción que hacemos en el día a día. Cuando crucemos esos
bambúes, allá en el escenario, ninguno de vosotros tiene el derecho
de mentir. El Teatro es la Verdad Escondida”.