Estoy casi en el campo y observo cómo los insectos se han adueñado de las casas vacías; moscas, más pesadas si cabe, hormigas que muerden sin verlas y no le puedes ni poner el pie encima como en el poema de Silvia Nieva en su libro La fábrica de hielo:
Ser
hormiga hoy.
Levantarse,
romper el trayecto,
encontrar
el pie que pisa
y morderlo tantas veces
que el dolor lo
paralice.
Sin embargo, la hermosa cigarra o chicharra en silencio se desprende de su muda;
se agarra al tendedero con toda su fuerza, porque no debe ser tan fácil como parece y despliega sus alas no sin antes dejar tendida su muda, que hace compañía a la nuestra todos los veranos. Yo prefiero el canto de la chicharra a que me molesten las moscas, aunque si están así de quietecitas como llevan un rato en la lámpara, pues que disfruten.