Es ese instante en el que nada de lo
que te rodea te molesta, un segundo en el que pasas a ser consciente
de que estás tú y lo que miras, o lo que mirabas te devuelve la
mirada. O ese otro instante de lectura en el que tu conciencia deja
de emitir opiniones sobre: falta diálogo, demasiada descripción,
uf, otra errata. Por un instante el texto te atrapa y ahí mueres, el
escritor ya tiene al lector. Pero en un descanso de lectura sales al
patio y hasta esas hojas verdes que observas te devuelven la mirada,
incluso, parece que te hablan:
“Nos miras, nos
enfocas, y todas nosotras nos estremecemos justo en los vértices, en
una infinita vibración que ni la de ese vientecillo consigue, porque
sabemos que las miradas se multiplicarán y todas estamos aquí, no
para perdurar, sino para lucirnos”.