De algunos libros que ya están y otros que estarán, hay párrafos que al leerlos me gustaría encerrarme con ellos, como la niña que se encierra con su bolsa de caramelos en su cuarto y allí, al margen de miradas, los saborea; ahora uno de fresa, después este de limón, luego el de menta...
¡Son palabras tan bellas!
Siempre me ha gustado agitar las bolsas de caramelos y estar atenta al ruido que produce el chocar de unos con otros.
El ruido de las palabras bien colocadas en un párrafo, evocan imágenes reales, las ves, las oyes, las hueles. Desprenden una melodía que llega al alma.
Ese es el arte de un buen escritor: sorprender, evocar, llevar al lector a esa habitación o al lugar más lejano para endulzarle la vida y, mientras tanto, hacer que se pregunte por esa vida, la de todos y la de cada uno.
Las buenas lecturas son las que te plantean interrogantes, las que te le llevan a la búsqueda de otras lecturas para trazar el mapa que te conforma.
Un buen libro te cautiva desde la primera frase, desde la primera página. La frescura de los escritores noveles cuando están tocados con este don de saber unir las palabras para contar con sinceridad lo que han visto, sentido o experimentado es algo mágico.
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Hace 13 horas