Terminó el Festival de Cine Europeo de
Sevilla y después de una semana intensa me gusta hacer un recuento.
Un festival de cine puede ser: un viaje
a lo desconocido, una visita a mil historias de vida, una multitud de
sensaciones y emociones, una carrera hacia el mejor sitio en la sala
y hasta un maratón para combinar el quehacer diario con los horarios
en el camino del disfrute.
Eso es lo que yo hago cada
noviembre, disfrutar del cine en pantalla grande: pelis, documentales,
cortos, presentaciones, charlas, coloquios...
Es tanta la programación, tan nueva y
variada que, incluso, quieres compartirla. Puede ocurrir que invites
a alguien y te diga: si es triste no voy, que “pa penas ya está la
vida”.
Entonces, si ese alguien te interesa,
le das otra vuelta al programa, reorganizas horarios, lees de nuevo
todo lo publicado, aunque ya te sabes las sinopsis de casi todo,
porque un festival de cine ¡por la gloria de mi madre! Es todo
un master.
Una señora, en una master class
precisamente, vio mi programa tan señaladito y me pidió consejo, la
pobre no había acertado con nada que había visto. Por la tarde
después de la sección de cortos que le recomendé, la vi y ni me
miró. No se la veía contenta, seguro pensó “esto te pasa por
preguntar”.
¿Qué quieres que te diga? Te tiene
que gustar el cine a rabiar, como a mí. No seré yo quien os
recomiende algo, a pesar de que mis gustos has coincidido este año
con algunos de los premios otorgados, pero eso sí, ahí van las pelis que he
visto por orden de preferencia: