La abuela salió a buscar el sol. Iba con cuidado por
el empedrado cuando se paró en seco sorprendida:
-Ay, hija, no la pisé de milagro, de no haber sido por esa
sombra que me levantaba las orejas,
como advirtiéndome…
El hilo que conduce al costurero te llevará al lunes 10 de Septiembre de 2007.
La abuela salió a buscar el sol. Iba con cuidado por
el empedrado cuando se paró en seco sorprendida:
-Ay, hija, no la pisé de milagro, de no haber sido por esa
sombra que me levantaba las orejas,
como advirtiéndome…
Ejercicios
Un poema
como una gran batalla
me arroja en esta arena
sin más enemigo que yo
yo
y el gran aire de las palabras.
Blanca Valera, Valses,
México, 2012
Tres mujeres estaban sentadas alrededor de una mesa de camilla. Dos hablaban hasta por los codos y no me dejaban estudiar.
La que escuchaba era mi madre que, de vez en cuando, les decía: chittt, la niña está haciendo los deberes, pero ellas ni caso. Seguían hablando de sus hijos con el tono cada vez más alto.
La mayor comentaba que no ayudaban en casa, ni con las tareas, ni económicamente.
La más joven le decía, entre otras cosas, que los hijos no son un negocio. Al escuchar esto último la cara le cambió a la mayor. Contestó enfadada y atacando.
¡Pero están viviendo gracias a ti: los paristes, los educastes, le das lo que necesitan! Y, cómo te responden; con el olvido, ni te llaman.
Pero no se los reprocho como tú; yo nos lo quiero hipotecar, que parece que con lo que haces por ellos les pidas intereses.
Como el tono iba subiendo mi madre zanjó la cuestión con unas preguntas:
A ver, ¿los hijos piden nacer? No, ¿verdad? Están aquí porque lo elegimos como padres y los queremos y cuidamos porque ha sido nuestra elección. Es nuestra responsabilidad. Y la mía ahora es cuidar de mi hija, que haga los deberes
y ayudarle si lo necesita.
Se levanta para invitarles a irse, pero la mayor no conforme, me mira y le pregunta a mi madre algo indignada.
Y, ¿crees que ella te va a ayudar cuando lo necesites?
Ese será su problema, no el mío, contesta sonriendo.
Cuando se fueron, comenté que había cosas que no entendía.
No te preocupes, dijo mi madre poniéndose el delantal, cuando seas mayor lo comprenderás, y más aún si tienes hijos. Y ahora que se han ido a lo tuyo.
Hacer los deberes en la mesa de camilla mientras mi madre trasteaba en la cocina era mi música preferida.
Vivir, ya he dicho:
Tener sobre las manos un fajo de papeles:
un lápiz, libros, dibujos, sueños.
Tomar el invierno para tejer
una mansión de lino
Vigilantes los senos,
escondidos en la piel.
Vibrar
Repasar las camisas,
acomodar los sueños,
dejar en perfecta
armonía:
los clavos, la canela,
el azúcar y los aromas...
La Navidad se acabó, pero nos quedan los cuentos:
Hambre
A Clara la conozco desde el colegio. Más delgada que un
espárrago del campo, no como yo que me como hasta las
piedras. Ella tiene una nariz afilada siempre metida en los
libros, como si se escondiera en ellos. Yo se los prestaba
todos y ella me dejaba copiar en los exámenes.
Las navidades eran lo peor, no tenía apenas regalos y yo
de mis ahorros le daba para dulces.
Un año al volver de vacaciones la vi más alta, más espárrago,
pero feliz.
-¿Sabes lo que he hecho con tu dinero?
Me encogí de hombros. Estaba claro que si había comprado
dulces no había puesto ni un kilo.
-He leído tres libros, me dijo al entrar en clase.
Me dejó intrigada. Pensé que, como habían mandado leer en
vacaciones un libro, había empleado en eso mi regalo. Pero
¿tres? Me puse en lo peor, podía haberlos robado.
No pudimos hablar hasta el recreo. La cogí por un brazo y la
llevé hacia un lugar apartado para echarle la bronca.
-No te preocupes, no he robado nada ni a nadie -me dijo al ver
mi cara de desconfianza-, mi madre necesitaba un vestido y
me pidió que la acompañara a una de esas grandes superficies
que han nacido como setas.
Mientras ella revolvía cielo y tierra para descubrir una ganga,
observé que en la caja mujeres elegantes cambiaban algunos
vestidos. Seguí a la dependienta que llevaba los devueltos al
perchero. Me puse a buscar por si había uno para mi madre
(aún tenía tu dinero y pensé dárselo a ella), pero el que escogí
tenía el cuello algo sucio. Entonces escuché a dos mujeres
que criticaban a “esas señoras” que, aún teniendo dinero, iban
a descambiar las prendas después de usarlas para una fiesta
como si nada. A mi madre no le gustó lo que había y no me
cogió el dinero.
-Pero ¿qué tiene que ver eso con los libros? -le pregunté
impaciente mirando mi reloj, se acababa el recreo.
-Tu sabes que yo adoro los libros y que te los devuelvo nuevos,
sin tachaduras ni páginas sueltas; pues en una enorme
librería, que habían abierto nueva, daban facilidades para
cambiarlos. Escogí uno y lo compré para regalo. Lo demás te
lo puedes imaginar.
Entré en clase pensando que mi amiga tenía cada vez más
hambre de palabras.