domingo, 13 de octubre de 2019

514. Madres


De mis lecturas de este verano, he escogido estos cuatro libros porque sus protagonistas cuentan sus historias a partir de la relación con su madre. Me resultó curioso que en los tres escritos por mujeres hay algo en común: esos roces entre madres e hijas, que pueden llegar a cierta ferocidad como resalta uno de los títulos.
El más suave es el de Soledad Puértolas, “Con mi madre”. Ese “con” es un no querer separarse del todo después de su muerte. En el duelo que conlleva la recuerda y va desgranando desde su niñez momentos vividos que van y vienen de su madre a ella y viceversa. Y esas reflexiones en las que expresa tan bien lo que sentimos cuando se van.

No recuerdo bien lo que me dijo por teléfono, pero me dolió y le contesté “eres de piedra”.
Saber lo que hay en la ausencia. Vivir sabiendo que nunca conoceré del todo a mi madre y que sus motivaciones más profundas le pertenecen exclusivamente a ella.

Jenn Díaz entra de lleno con su título, “Madre e hija”, en las relaciones entre ellas y esos pasadizos oscuros que hay en las familias. Con una prosa sencilla y cuidada se pregunta y afirma: ¿Por qué una madre tendría que esperar algo de una hija? La decepción no te deja ver nada, es un sentimiento de tracción, se te mete en las venas y te pasa por todo el cuerpo; es como una infección que te deja sin fuerzas.


El título que más intriga: “Apegos feroces” son las memorias de Vivian Gornick. Caminar por las calles de Manhattan con su madre conduce directamente a los reproches entre ambas. Vivian, desde su niñez, describe su entorno más próximo, las vecinas de su madre:

Astutas, irascibles, iletradas o tan feroces como mi madre. Nunca hablaban como si supiesen. La charla no dejaba títere con cabeza. No había dulzura en ninguna parte. En la cocina había volumen e intensidad. Se podía vivir.
Y afirma: Nunca aprendí a cocinar, ni a limpiar, ni a planchar.
De la relación con su madre: Nuestras broncas hacían saltar la pintura de las paredes, resquebrajarse el linóleo del suelo y temblar los cristales de las ventanas. Llegábamos casi a las manos y más de una vez nos acercábamos a la catástrofe.
Para concluir: Ya no andamos a la gresca. Hay como una constante en esos paseos: Conflicto – paseos – solución.

A nada de esto hace mención Javier Pérez Andújar en sus “Paseos con mi madre”. No hay un sólo momento de acritud en la relación con su madre. Aunque también es una memoria personal, Javier utiliza esos paseos hablar principalmente de la ciudad y la periferia de Barcelona. Su mirada se expande como un cronista de lo exterior. Relata con exactitud y al detalle la vida de personas como sus padres y abuela que tuvieron que emigrar. Las conquistas y las decepciones, porque quien no encuentra su lugar en el mundo nunca podrá sentirse ni siquiera bien. Y lo cuenta con ironía, con denuncia, pero sobre todo con lirismo. Hace esa realidad algo más llevadera para que al leerla no duela tanto.
Mientras los trenes arrastraban hacia la lejanía de Barcelona su luz y su ruido, esperaba yo con mi abuela, siempre callada como si se hubiera dejado las palabras en Granada. Sentada siempre en la silla verde de anea. Aguardaba deseando que volvieran mis padres del taller, de la fábrica, de la sastrería...

jueves, 3 de octubre de 2019

513. Colores

Otoño en la sierra Norte de Sevilla.

Y como de todo hay, esta imagen que me dejó sin palabras, pero sí con una sonrisa.