jueves, 27 de octubre de 2011

219. Aprendizaje

Me pregunto qué pensaría esa señora al ver esta imagen. Ella, que se ha dado tanta prisa en relacionar la posible, que no real, escasez de medios en la enseñanza andaluza, ¿se habrá sentado alguna vez en el suelo a jugar o a contar cuentos a sus hijos?

A juzgar por la rapidez de su juicio, seguro diría que está enganchado a los juegos violentos, o vaya usted a saber.

Este niño de un pueblo chiquito de Francia, del que no recuerdo el nombre porque hace ya unos cuantos años de este viaje, en un otoño que pelaba de frío estaba jugando; sí, pero al acercarnos a su altura comprobamos que jugaba al ajedrez.

miércoles, 19 de octubre de 2011

218. Conectada


Cuando desperté, la lagartija aún estaba agarrada a Internet.

jueves, 13 de octubre de 2011

217. Aniversario

Hace tiempo que no lo celebran, pero él siempre deja dos botellas llenas por si a ella se le ocurre pasar.

jueves, 6 de octubre de 2011

216. Desidia

El calor de la tarde se cerraba sobre la isla y Mallorca se iba desocupando de veraneantes. Los señores de Jimena se habían marchado del chalet; una ganga dijeron, y un trabajo más para ella.
Después de un día duro, por fin, había terminado de ordenar, limpiar y proteger con sábanas los muebles. Estaba sola y cansada. Se desnudó y sumergió su orondo cuerpo en las transparentes aguas de la piscina. Mañana vendrá el jardinero a cubrirla para el invierno. Nadó suavemente, dejando que el frescor del agua penetrara por todos los poros de su cuerpo moreno, de un moreno natural, no tostado por el sol. Un juguete olvidado llamó su atención, al sacarlo del agua sus lágrimas se mezclaron  con el agua clorada y ésta le robó la sal; como la necesidad de sobrevivir le había robado a sus hijos, tan lejos de ella.
Con pasos lentos extendió una toalla en el suelo del porche y se tendió bocabajo. Una lagartija salió de la oquedad del gran tiesto donde la caña india crecía salvaje. Tenía el rabo cortado. La lagartija se dedicó a observar hormigas, movía la cabeza pendiente de escoger su mejor bocado, y en un abrir y cerrar de ojos, sacó la lengua y se comió no sólo una hormiga, sino todas las que su apetito le pedía.
Sus señores, en reuniones con amigos, no habían hablado de otra cosa este verano: la crisis financiera. ¡Tantas conversaciones que ella no entendía! Jimena sólo sabía que tenía que trabajar más aún para no volver a la pobreza de su tierra.
Siempre se había dicho que el pez grande se come al chico, y ahora la gran lagartija de rabo cortado lo confirmaba, aunque eso no era nuevo para ella.
Lo nuevo era la desidia; esa desidia que le impedía levantarse, recoger con una instantánea de su cámara la lengua de la lagartija y la hormiga pegada a ella arrastrando su miga minúscula de pan con esfuerzo para, al final, ser engullida. Hubiera sido un disfrute para sus hijos. Y seguro les hubiera contado que, para las lagartijas, desprenderse de la cola es un mecanismo de defensa, y que les vuelve a crecer, como crecen los dineros de los poderosos.
Pero la desidia ganó la partida. Como ganaba el poder al controlar la desidia de los que estaban cansados de trabajar como Jimena, una laboriosa hormiga más pegada al suelo.