Os desamos, a pesar de los pesares, un buen año a tod@s.
Gracias por vuestras visitas y mejores palabras. Abrazos.
El hilo que conduce al costurero te llevará al lunes 10 de Septiembre de 2007.
Con esta edad, mis preocupaciones no eran como las de Pepito, mi amigo, que no está en la foto porque salió con cara de bobo, y como yo me reía de él, la cortó. Ese día, ya tan lejano, le di un susto de muerte. Sí, sí, de muerte, la palabra mágica, ¿qué pasaba después de la muerte? Era el problema que nadie quería explicarme.
Antes de hacernos la foto, habíamos estado jugando a cortarles el rabo a las lagartijas. Me gustaba observar cómo se seguían moviendo después de cortárselo. Pepo, como yo lo llamaba, volvía la cara para no verlo. Pero yo seguía sus coletazos hasta que el rabo dejaba de moverse, entonces, cogía la lagartija que me daba más pena, la guardaba en una caja y la cuidaba hasta que le crecía uno nuevo. Jugábamos en la parte de detrás de la casa. Mi madre, mientras tendía la ropa, hablaba con la vecina.
-¿Que se ha muerto Antonio? –decía mi madre sorprendida- Pero si no puede ser, si desde que le cortaron la pierna pareció revivir.
-Pa que veas, Lola, si es que no somo nadie. Ya lo están velando. Arréglate y vente conmigo porque tú ahí tendrá que cumplí, que e pariente de ustede –le contestó la vecina.
-Lucía, ¿qué le han hecho a Antonio? –me preguntó Pepo con cara de susto y soltando las tijeras de golpe.
-Chistt..., calla que no me entero –le contesté bajito.
-Pero ¿qué ez velando? -me dice al oído.
-Mira que eres burro; velando tiene que ver con velatorio, que es como una merienda donde las mujeres se reúnen y se ríen mucho, y hay una caja grande con unas velas muy altas...
-Y ¿hay muertoz? -me interrumpió tirando la tapadera de su caja, el muy torpe.
-Solo uno, pero seguro que se ha muerto de la risa. Anda, tira ya los rabos, que esos sí que están muertos y vamos a ver qué pasa.
-Yo no voy, zi... ezzz que... mi madre no me deja -dijo con esa voz de cazurro y pataleando.
-Y ¿crees que a mí sí? Dile a tu madre que la mía te ha pedido que juegues conmigo porque..., tengo fiebre... no, no, creerá que te voy a contagiar, porque... tengo un juguete nuevo.
Ya había pasado un rato y mi amigo no venía, así que me colé en el patio de la vecina y de allí por la azotea hasta la casa del muerto; las mujeres estaban en la cocina en plena merienda. Todo mi afán era saber si las personas eran como las lagartijas y si les crecían las partes que le cortaban. Encontré el cuarto por el olor de las velas, habían arrimado la cama a la ventana para hacerle sitio a la caja, que ocupaba el centro de la habitación. Al otro lado estaba el armario de tres puertas con la luna del espejo en el centro.
Me subí a la cama y miré por la ventana por si alguien venía por la calle. En los pueblos no para el correveidile de las gentes en los entierros. Estaba de suerte, nadie, sólo Pepo que llegaba corriendo con sus pies planos y asfixiado de subir la cuesta.
-Quédate aquí y vigila. Me avisas si viene alguien –le dije.
Le vino de perillas quedarse fuera y se agarró a los barrotes de la ventana para observarme.
Sólo se escuchaban las risas de las mujeres y el ruido de las tazas en el fregadero. La cama, donde me encontraba de pie, estaba retirada de la caja del muerto. Tenía la tapa quitada y estaba cubierto por una sábana. Salté y caí dentro, en una especie de hueco que debía ser la pierna cortada. Por instinto me subí a la otra pierna, como cuando mi padre me cogía en cabritos, y estirándome intenté retirar la sábana de su cara. No me dio tiempo averiguar si estaba frío como dicen que están los muertos. Me vi disparada a través del espejo al tiempo que un grito, el de mi amigo, alertaba a todo el mundo. No paraba de mirarme, estaba como en un bocadillo entre la pierna levantada y el cuerpo incorporado del Antonio que había resucitado. Sentí que alguien me levantó por la espalda como a los gatos, y con brío me sacó a la calle echando pestes de mí.
Mi amigo corría como alma que lleva el diablo, y yo más detrás de él, diciéndole a voces...
-¡No corras tanto! ¡Esperaaa! ¿Ves como yo tenía razón? Está vivo y le está creciendo la otra pata como a las lagartijas.
A mi madre, la niña de la foto y la voz que narra.
Cuento incluido en la novela "El beso de las nubes", en construcción.
Divisé el barrio y me adentré en sus calles estrechas. Allí estaban los patios más hermosos. Sus puertas eran encajes de hierro que los dividían del zaguán. Entré en uno y encendí la cámara. Ella no se inmutó. Una mujer joven permanecía de pie observando la calle desde el interior. Oprimía los barrotes de la reja con sus manos; éstos rodeados por sus dedos en un abrazo la sostenían. Su cuerpo en forma de ese, desmadejado, mostraba un cansancio de horas. Encajé el trípode a la cámara y lo coloqué detrás de la puerta de entrada. En la penumbra yo era sólo un objetivo que la vigilaba; observé su rostro, no había expresión en él. De vez en cuando cambiaba la postura y se dejaba caer.
No sé cuánto tiempo transcurrió, yo la contemplaba mientras ella, sin importarle mi presencia, seguía mirando fijamente la entrada.
La puerta de la calle chilló al abrirse y me sobresalté, pero no me volví para ver quien entraba porque la mujer pareció cobrar vida y se irguió. Un hombre apuesto pasó a mi lado sin reparar en mí, introdujo una llave grande en la cerradura de la reja y ésta emitió un lamento. Se acercó a la mujer, rompió su abrazo y colocó unas esposas en las delgadas muñecas de ella que parecía comérselo con los ojos. Él intentó besarla como intenta la cobra morder a su víctima, pero no le dio tiempo. Toda la dejadez de ella se volvió destreza y en un abrir y cerrar de ojos se desprendió de los grilletes, enganchó uno a la reja y otro al tobillo de él que se dejó hacer como si de un juego se tratara.
Justo en ese momento, se escuchó una potente voz en la parte alta del patio interior: corten. Buena toma, gracias a todos.
Me pregunto qué pensaría esa señora al ver esta imagen. Ella, que se ha dado tanta prisa en relacionar la posible, que no real, escasez de medios en la enseñanza andaluza, ¿se habrá sentado alguna vez en el suelo a jugar o a contar cuentos a sus hijos?
A juzgar por la rapidez de su juicio, seguro diría que está enganchado a los juegos violentos, o vaya usted a saber.
Este niño de un pueblo chiquito de Francia, del que no recuerdo el nombre porque hace ya unos cuantos años de este viaje, en un otoño que pelaba de frío estaba jugando; sí, pero al acercarnos a su altura comprobamos que jugaba al ajedrez.
El agua me llama y la música me baila,
mientras,
yo coso puntada a puntada.
Pero es igual porque lo cree pensando en mi madre, y su costurero sigue funcionando: el físico y el virtual. Hoy 13, su fecha preferida, lo celebro contenta de conoceros.
¡Zas!
Martín, si sigues prestando más atención al vuelo de esa mosca que a mi explicación en clase, te estamparé esta paleta de madera en tu pequeño culo. -Eso me dijo mi maestra con los ojos saltones, la piel pringosa y pegando en mi pupitre un golpe tan fuerte que me hizo botar del asiento.
¡Zas! ¡Zas!
Cómo me gusta cuando al segundo paletazo el cuerpo sale despedido, y la cabeza se queda enganchada en un agujero de la red de mi matamoscas de diseño italiano. Los ojos son igualitos que los de la gruñona profesora de mi infancia.
La imagen está tomada de internet.
Algunos libros no precisan explicación, ni reseñas. Cuando lo has terminado de leer solo te interesa fijar aquel párrafo o aquella frase que condensa, que impresiona, que te dice la intención del autor, que te hace recordar en el tiempo aquel relámpago primario para completarlo en una relectura.
“La lucha había durado cinco días. Cayeron en una emboscada y les rodearon los tanques. Derby describió la increíble tormenta artificial que los terráqueos son capaces de crear, a veces, para que otros terráqueos vivan mejor cuando en realidad no quieren que esos continúen viviendo sobre la tierra”.
Kurt Vonnegut, “Matadero cinco”
“Nadie hacía caso de los aviones italianos y alemanes que sobrevolaban tranquilamente la ciudad. Habían acabado acostumbrándose a ellos. De pronto, uno de ellos se separó de los demás y se lanzó en picado sobre la muchedumbre...
Presas del pánico, algunas mujeres soltaban a sus hijos como si fueran molestos paquetes y salían huyendo. Otras los estrechaban contra su cuerpo con tanta fuerza que parecían querer meterlos de nuevo en su seno, como si ese fuera el único refugio seguro”.
Irène Némirovsky, “Suite francesa”
“La prensa diaria habla de todo menos del día a día. La prensa me aburre, no me enseña nada; lo que cuenta no me concierne, no me interroga y ya no responde a las preguntas que formulo o que querría formular.
Lo que realmente ocurre, lo que vivimos, lo demás, todo lo demás, ¿dónde está? Lo que ocurre cada día y vuelve cada día, lo trivial, lo cotidiano, lo evidente, lo común, lo ordinario, lo infraordinario, el ruido de fondo, lo habitual, ¿cómo dar cuenta de ello, cómo interrogarlo, cómo describirlo?”.
Georges Perec, “Lo infraordinario”
Un paisaje sorprendente, onírico, surrealista y único en Europa.
Es difícil imaginar, cuando se visita este paraje tan singular, que en aquellos tiempos, Antequera estaba en la línea de playa y Málaga cubierta por el mar.
El origen de esta extensión de 17 kilómetros cuadrados tuvo lugar durante el periodo jurásico hace aproximadamente 150 millones de años. Los materiales depositados en el mar emergieron como consecuencia del plegamiento alpino, conservando buena parte de su horizontalidad a pesar de haber ascendido más de 1.000 metros sobre las aguas.
Más tarde, una serie de fracturas generaron grietas (diaclasas) y sistemas de fallas. La erosión de dichas grietas ha producido lo que llamamos hoy día callejones o corredores, formándose en su intersección hoyos o dolinas (sinónimo de Torcas, de ahí el nombre de la sierra).
A partir de este momento el conjunto queda sometido a un proceso de erosión característico: el modelado cárstico.
La erosión de la roca por la acción del agua helada (gelifracción), junto con la disolución de las distintas calizas, por ataque químico del CO2 atmosférico, presente en el agua de lluvia, han modelado multitud de formas en las rocas, produciendo un verdadero museo de esculturas naturales.
A través de las rutas turísticas por las que el visitante se puede adentrar en sus entrañas, misteriosas figuras surgen del conjunto. Toda una combinación de fantasías convertidas en realidad por medio de las piedras calizas.
Se aconseja visitarlo cuando la temperatura no sea muy cálida ni cuando haya mucha niebla para poder admirarlo bien, pero si os gusta imaginar en un día de niebla... las historias pueden ser sugerentes...
No, no estoy de vacaciones, pero quizás por eso repaso otras que tuve y las muestro; porque existe variedad en verano, y no todo es playa, piscina y agua en definitiva.
A Fackel.
"Llegarás muy alto", era la frase preferida de su padre. Y Ernestito, enclenque e inseguro, subió.
Y, para ello, mintió, trepó y robó. Y llegó; fue entonces, cuando al dar un traspié, ¡uy!
Y bajó, bajó, bajó...
Si vas al campo las encuentras libres, en el estío de eriales y cunetas de caminos de cualquier lugar. A veces forman manchas como corralitos. Es curioso ver una oscura flor estéril en su centro. Según algunos autores es una adaptación que mejora su polinización. Una vez polinizada se recogerá hacia su interior para proteger las semillas.
umbelífero, ra
Lo más valioso es siempre lo que apenas
tiene cotización: el barro de este mundo.
El légamo si os suena menos claro:
Ese transfigurase peregrino
del cieno en cielo
del odio en amor
de la noche al día.
Esa transformación de la que somos
héroe y víctima.
Alguien somos al fin.
Pero de quién seremos para siempre
es lo que nos parece que nos cantan
los pájaros lejanos.
De quién somos. Antología poética. Juan Gil-Albert