viernes, 21 de diciembre de 2018
sábado, 15 de diciembre de 2018
490. Regalos
Es difícil regalar libros cuando te gusta mucho leer y tienes tus preferencias. Pues la persona que me regaló estos
dos que muestro acertó de pleno, así que desde aquí quiero darle
nuevamente las gracias.
Me gusta leer
primeras novelas como “Las esposas de los álamos” de Tarashea Nesbit. Es una historia arriesgada por su forma y fondo. Los
hechos transcurren durante la Segunda Guerra Mundial y es la reconstrucción
imaginaria de lo que no sabemos sobre algo tan cierto que cambió el
mundo.
Contada en plural,
un narrador poco habitual, suma, pero oculta. Son voces que sin
señalarse expresan una opinión conjunta que pesa y obliga.
“Éramos más que
Yo, éramos Nosotras. Éramos nosotras pese a nuestras aspiraciones
de singularidad. Por solas que nos sintiéramos había cosas que no
podíamos hacer de forma individual”.
Alejadas de la
guerra y en aquel extraño lugar cuando hablaban entre ellas se preguntaban: por qué no sabían casi nada. Ellas, las
esposas, que eran parte tan importante con sus cuidados para que lo
que construían sus maridos se llevara a cabo. Son voces que al final, incluso al saberlo, se hacen preguntas sobre todo lo que les concernía
directa o indirectamente.
“Dijimos: Me
preocupan nuestros hijos, y dijimos Me preocupa lo que hemos
hecho, y dijimos Me preocupa
la paz”.
Muchos autores han bebido del
ingenio de Joe Brainard y no solo George Perec, sino todo aquel que
evoque en un “me acuerdo” de su historia personal. Reconozco que no
soy yo de ir hacia atrás en el tiempo, me gusta más el presente, exprimirlo.
Pero me gusta el sentido del humor de quien recuerda, como en este
caso, el autor. Este es un libro para abrir por cualquier parte al
azar como con estas frases:
Me acuerdo de ponerme
bronceador y de que justo entonces el sol se vaya.
Me acuerdo de pensar en lo que
podía haber dicho pero no dije cuando la gente ya se ha ido.
Me acuerdo de que tenía que
ir a pelarme cada dos sábados. Y de que el barbero siempre estaba
haciendo sonar las tijeras, hasta cuando no estaba cortando nada.
Me acuerdo de tener miedo a
que el barbero se le fuese la mano y me cortase la oreja.
Me acuerdo de haber aprendido
desde bien pequeño el arte de dejar las cosas tal y como estaban.
Me acuerdo de, al firmar una
carta, “Tuyo hasta que la cocina se inunde”.
Me acuerdo de una vez,
rellenando un formulario, en que no supe qué poner en “raza”.
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