jueves, 31 de diciembre de 2015

394. 80 metros de redes solidarias


¿Se puede medir la solidaridad? Si no medir, sí diferenciar. Este año en Sevilla la navidad ha llegado a los barrios periféricos. Un proyecto comisariado por NomadGarden, que se ha podido llevar a cabo gracias a el ICAS y el arduo trabajo de un grupo de jóvenes.


Acercarse a la inmigración siempre nos enseña y demuestra como los colectivos se ayudan entre sí. En el parque Amate son los paraguayos y ecuatorianos los que día a día tejen una red de apoyo mutuo entre ellos para ayudar a personas que lo necesitan.


Por ser el barrio más cercano de todos los que conforman el proyecto, traigo esta celebración bajo las Tipuanas, árboles procedentes de Bolivia y Argentina, donde con ilusión se reúnen, festejan y bailan en este parque-hogar fuera de casa.  


Y con estas luces os deseo lo mejor para este nuevo año. El resto de intervenciones se puede ver en:

Añado la dirección del vídeo que he recibido y que explica mejor este proyecto ilusionante:

domingo, 13 de diciembre de 2015

393. Exilios. Hacia el azul


El jueves pasado asistí a la presentación de este poemario de Miriam Palma Ceballos en un lugar acogedor del centro de Sevilla: La imprenta.
No soy yo quien para hablar de poesía y mucho menos hacer una reseña. No lo pretendo.
Pero sí, por la libertad que da el blog, decir, como otras veces, la impresión que me produce lo que escribe.
¿Tienen color las palabras? Yves Klein lo tiñó todo de azul. ¿Es el azul un lugar donde habitar? Parece que sí, al menos el título nos muestra el camino. Y es también hacia ese color, lugar o entorno al que me dirigieron sus palabras. Las que construyeron bellas imágenes en mi mente al escucharlas.

Me gusta bucear en su poesía, adivinar aquello que no entiendo. Me gusta encontrarme, adentrarme en ese espacio propio. Y traer aquí y ahora dos versos suyos de este libro, aunque pondría más.
Y encontrar el equilibrio en el poema en un mundo cada vez más caótico e inestable:

SILENCIOS

No sé si existirá el manual
para descifrar los silencios
de unos ojos velados
por escrutar
generaciones de tierra pedregosa
resquebrajada de aullidos.

Y poder habitarlos.


UMBRAL

Allí,
en ese umbral
en el que las cosas
no se desdoblan,
en el que los poemas
no se prenden en las máscaras
con la cantinela hipócrita
de mejorar el mundo,
allí quiero pararme
y dejar que me inunden
las palabras.

Me gusta cohibirme con cada nuevo verso, y estremecerme, y asombrarme, y emocionarme. Y ponerme a escribir. Yo no sé por qué escribo, pero sí por qué leo a unxs autorxs y no a otrxs: porque son los que me empujan a la escritura. Por todo eso: gracias, Miriam, siempre.

martes, 8 de diciembre de 2015

392. La invasión de los picapiedras

Salgo del estudio para que me de el aire y veo a una amiga que viene hacia mí.
-Pero, bueno, ¡qué sorpresa! Por lo que veo tú tampoco te has ido de puente, me dice al abrazarme.
-Qué va, con la que está cayendo, si me voy me despiden seguro. Además tengo que terminar un reportaje sobre los “oficios”.
-Coge tu cámara y vente a mi casa mañana. Pero eso sí, a primera hora que vas a tener buenas fotos.
Y allí estaba yo a las ocho en punto, cámara en mano, intrigada, y también temiendo que fuera otra treta de Carmela que me abre de esta guisa: cabeza cubierta por pañuelo a la cubana, guardapolvo hasta los pies y aspiradora de mano en su izquierda. Con la derecha me coge la cara por la barbilla y me besa.
-Pasa a mi cueva. Llevo días guardando libros.
Espero que para guardarlos no les limpie el polvo hoja por hoja como hace otra amiga, todas más pulcras que yo, pero no. Les pasa el plumero por encima, los introduce con rapidez en bolsas, y éstas en un armario. Mientras, me comenta de pasada la historia de cada uno (adora su trabajo de bibliotecaria), como si ellos, los libros, no encerraran ninguna.
-¿Estás de mudanza? Aunque no parece, en vez de sacar, envuelves y guardas.
-Peor, a ti si antes se te rompía una ventana o querías cambiarla la encargabas, y, otro día, venía el montador con el albañil y te la colocaba una a una cuando eligieras.
Ahora no, querida, ahora te las quitan y ponen todas a la vez por una cuestión de salarios. Como me hablaste de oficios, aquí puedes filmar unos pocos.
La casa me sorprende, no es la misma, está toda recogida y arrinconada. Su marido quita una lámpara del rincón de lectura, la única que queda. Se baja de la escalera, me da un beso y se despide muy serio.
-Ya ves- sigue ella como en un monólogo mientras tira de mí hacia la cocina para tomar café - hemos estado a tope de trabajo. Y, claro, esto supone cabreo incluido.
El timbre de la puerta suena insistente como si fueran bomberos con la urgencia de apagar lo que sea. De pronto entran ocho hombres, gordos, delgados, altos, bajos, jóvenes y menos jóvenes. Para todos los gustos. Vienen con sus herramientas y vestidos de faena. Todo es un investigar y preguntar, secuestran a Carmela para pedir escoba, cogedor, bolsas, trapos viejos, etc. Yo no sé donde ponerme. En un ir y venir, uno me empuja y el café se derrama, -perdón- dice, lo miro y no está mal. Carmela de lejos me guiña un ojo. Con los golpes que empiezan a dar en las distintas habitaciones de la casa es imposible hablar si no es a gritos, y sin que, además, no te entre polvo en la boca. No sé donde meterme, voy al cuarto de baño y está ocupado. Oigo un golpe fuerte.
-Vaya, por lo menos este ha subido la tapa, -le digo a mi amiga que dice no saber dónde esconderse hasta que acaben- pues yo, mira, mejor me voy.
-Pero bueno, yo que creía que ibas a hacer un reportaje.
La entiendo casi por señas. Ahora grito yo:
-¡¡¡Odio el polvo!!!
Le doy la cámara y me marcho.
Y esto fue lo que me mandó por WhatsApp.