martes, 30 de octubre de 2007

7. La paciencia hecha mujer


Escribir un libro no es tarea fácil, hay escritores que tardan años, pero qué puede haber más difícil: escribir un diccionario sin ordenador.

“A mi marido y a nuestros hijos les dedico esta obra terminada en restitución de la atención que por ella les he robado”

Esta es la dedicatoria que Doña María Moliner escribió en su Diccionario de uso del español en 1.966. El tratamiento le cuadra porque es una mujer admirable y admirada.

Gabriel García Márquez dijo de ella: "Hizo una proeza con muy pocos precedentes. Escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana. Lo escribió en las horas que le dejaba libre su empleo de bibliotecaria, y el que ella consideraba su verdadero oficio: remendar calcetines".
Este oficio que ella calificó de "prosaico" en la definición que de esa palabra hace en su diccionario:
Prosaico, -a adj. (del lat. tardío “prosaicus”) adj. Falto de poesía; vulgar, sin elevación, emoción o interés: "El trabajo prosaico de zurcir calcetines (o de hacer sumas en la oficina)".
Remendar calcetines y querer restituir el tiempo “robado” a su familia por escribir su gran libro, nos da idea de la humildad de esta gran mujer. Una humildad, que dada la época, ella tendría que emplear a sabiendas y por si acaso algunos varones pensaban, no sólo, que se tomaba en serio su labor, sino que además entraba en un terreno vedado sin reconocerlo, y por ello fuera castigada.

Aragonesa, nacida en 1.900, licenciada en Historia; ingresó a los 22 años por oposición al cuerpo Facultativos de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Entre sus diferentes destinos, ya casada y con hijos, se trasladó a Valencia sobre los años de la II República donde ejerce como Directora de la Biblioteca de Universitaria de Valencia y del proyecto de Bibliotecas Populares.

“Su trabajo en aquellos tiempos –dice su hijo Fernando-, aún se me presenta como una de las actividades más apasionantes a que una mujer pudo dedicarse en la retaguardia: un auténtico trabajo de bibliotecaria, haciendo llegar los libros a la mayor cantidad de lectores posibles; a los pueblos (como ya venía haciendo desde antes de la guerra), a las fuentes de batalla y... al extranjero. Una singular idea: la difusión de las publicaciones de la República por el extranjero, a cambio de publicaciones de allí: la Junta de Adquisición de libros e Intercambio Internacional”

Tuvieron que pasar otros 13 años para que María Moliner sin dejar de ser bibliotecaria decidiera escribir su libro ella misma. Pero ¿cómo?, ¿de dónde sacó el tiempo?

“En cuanto llegó a Madrid y empezó a ver que todos íbamos saliendo de casa comenzó a pensar en su diccionario. Esto ocurrió hacia 1.945 –dice Carmina, su hija-. Fue la obra de su vida, el compendio de soluciones a las miles de cuestiones que desde pequeña le rondaban la cabeza”

Pedro –el más pequeño de sus cuatro hijos-, nos cuenta: “una mañana a las cinco cogió varias cuartillas, dividió cada una en cuatro para hacer fichas y se puso a escribir sin más preparativos. Su única herramienta de trabajo eran dos atriles y una máquina de escribir portátil que la acompañó durante 20 años. Primero trabajó en una pequeña mesita redonda, luego, cuando los libros se desbordaron, se instaló un tablero sobre los respaldos de dos sillas. Más tarde, un amigo mueblista le regaló uno igual a medida y con patas fijas.
(Cuando se puso a escribir tenía un proyecto de diccionario que iba a tardar 2 años. Desde entonces y durante 15 años siempre faltaban 2 años para terminar. Al principio dedicaba 3 o 4 horas diarias, pero a medida que los hijos se iban marchando de casa aumentaba el ritmo hasta llegar a 8 o 10). Las pequeñas fichas, en paquetitos atados con gomas iban invadiendo todos los cajones disponibles en la casa. Mi padre alarmado vigilaba discretamente y, cuando no le veía mi madre, medía las fichas hechas en una semana y calculaba el tiempo que faltaba para terminar. De vez en cuando me llamaba angustiado para informarme que mi madre estaba otra vez en la A. Siempre había algo que añadir para que la obra fuese realmente completa”.

Durante 31 años nadie se atrevió a tocar el “María Moliner” pese a algunas carencias. Ahora ha salido la tercera edición para recoger las nuevas palabras que la inmigración ha traído consigo y la nueva jerga digital.

Es un diccionario para escritores”, dijo María Moliner una vez hablando del suyo y lo dijo con mucha razón porque no sólo dice lo que significan las palabras, sino que indica también cómo se usan, y se incluyen otras con las que pueden reemplazarse.

Y también es mi diccionario, el que mi hijo me regaló cuando comencé a hacer garabatos con la escritura, por eso he querido con esta pequeña semblaza, compartir mi pequeño homenaje a Doña María Moliner, su autora en aquellos tiempos sin ordenador.

lunes, 22 de octubre de 2007

6. En la cumbre

Oscar Wilde le dio un consejo a un joven al que le habían indicado que para escribir debía empezar desde abajo:
-“No, empieza desde la cumbre y siéntate arriba”, -le dijo.
Si este consejo lo aplicamos a la lectura, habría que definir lo que entendemos por cumbre y cómo alcanzarla.
Muchas son las listas de autores consagrados hablando de otros autores, seleccionados por ellos, para llegar a ser una persona “leída”. Y muchos son los autores que se caen de todas las listas, precisamente, porque cada persona tiene sus preferencias.
Qué duda cabe que el que lee ha de elegir. Teniendo en cuenta lo que se ha conservado de todo lo que se ha escrito, esta tarea sería una labor bastante ardua y nos daría una lista interminable que cualquier adolescente abandonaría nada más verla. Literalmente no hay tiempo suficiente para leerlo todo, aún cuando no hiciéramos otra cosa en todo el día.
Sin embargo, la selección de obras, una vez la consideremos como la relación de un lector y escritor individual, será como poseer una memoria literaria.
En palabras de Carlos Fuentes, escritor nacido en México en 1928, la dialéctica entre la memoria de Hamlet, y el olvido de Don Quijote funda la literatura moderna. Semejante tensión entre el recuerdo y el olvido revela la modernidad de Shakespeare y Cervantes.
Hamlet duda porque recuerda. Actúa porque recuerda y representa porque recuerda. Hamlet es el memorioso. Es el príncipe y habita un palacio lleno de recuerdos. Memoria, sucesión, legitimidad, son el verdadero “desnudo puñal” que Hamlet emplea al precio de la “quietud” de la muerte.
Don Quijote, en cambio, surge de una oscura aldea en una oscura provincia española. Tan oscura que el aún más oscuro autor de la novela no quiere o no puede recordar el nombre del lugar: la mancha. Allí mismo con el olvido de Cervantes, empieza la novela moderna, trazando un círculo que culmina con la obsesión del narrador de Proust, en busca del tiempo pasado o perdido, o de los narradores de Faulkner, que están allí para que no se olvide el peso de la historia, la raza…
Pero hay otra cosa en común entre Don Quijote y Hamlet. Ambos son figuras incipientes, inimaginables antes de ser escritos por Cervantes y Shakespeare. Los héroes antiguos nacen armados, como Minerva de la cabeza de Zeus. Son de un pieza, enteros. Don Quijote y Hamlet pasan de ser figuras inimaginables a ser arquetipos eternos mediante la circulación contaminante de géneros. Su impureza los configura. En el Quijote hay como un intenso diálogo de géneros que se encuentra, dialogan entre sí, se burlan de sí mismos y desesperadamente exigen algo más allá de sí mismos. En Hamlet la magnífica mezcla de estilos, sublime y vulgar, ¿no coinciden acaso con la confrontación de estilos cervantina?
En definitiva, leer a estos y otros autores universales exige una amplia dosis de atención en la lectura, y a veces hace que ésta sea un placer difícil.
¿Qué quiso decir Oscar Wilde, a este joven, con este consejo?. Sencillamente que si no tenemos ambición por conocer y comprender aquello que amamos, no alcanzaremos ninguna meta o cumbre que nos propongamos, como tampoco venceremos las dificultades que encontremos en el camino.

domingo, 7 de octubre de 2007

5. Como "House", pero sin cojera.

Una sustitución, eso me dijeron en el mostrador del ambulatorio cuando pedí la cita.
Era Agosto y no me extrañó, pero sí me resultó raro lo que hacía cuando entré en la consulta algo inhóspita por cierto.
Alto, de cara alargada, sin ningún rasgo atrayente como, por ejemplo, unos ojos azules. Perfumado, eso sí, y peinado al agua para más INRI. Hablaba solo y estaba cabreado, muy, pero que muy cabreado.
“Le habrán fastidiado las vacaciones” –pensé.
Ni siquiera me miró, sentado en su mesa la trasteaba quejándose porque no tenía todos los papeles que necesitaba. Estaba claro que yo era su primera cita. Adiviné lo que buscaba por eliminación: recetas autonómicas, y temiendo que pagara su enfado conmigo le dije.
-No se preocupe, las voy a pedir en el mostrador. Salí rápida de la consulta. Casi no tuve que hablar, la administrativa con una sonrisa pícara me las daba. Pero noté una sombra detrás de mi, giré la cabeza para saber quién era y allí estaba él, con su bata blanca abierta a modo de Batman para salvarse y quitándole con un movimiento brusco, el taco de recetas a la chica antes de que yo pudiera reaccionar.
“Mal asunto”, -me dije.

Desde aquel día me trató con la punta del pie, es más, llegó a decirme que tenía que conformarme el resto de mi vida (tengo treinta y tantos), a vivir con el problema objeto de mi consulta: una simple infección.
No le hice caso, ¡buena soy yo!. Pedí cambio de médico y me fui directa al especialista.
No conseguí un cambio de médico de cabecera, -todos tiene el cupo cubierto –me dijeron. Protesté, pero zanjaron la cuestión con el argumento de que estaba de paso por una simple sustitución.

De esto hace un año. He averiguado que a la titular de la plaza, a pesar de su juventud, la van a jubilar por una enfermedad que no conozco.
Él sigue allí y yo he vuelto. El especialista no dio con la tecla; sin embargo ÉL me está mejorando con el último medicamento. Ahora me sonríe, me saluda y me recomienda que beba “mucha, mucha agua”, pero eso sí, para hacerlo alza su mano con una jarra de diseño y me dice: -¡Mira!, como "YO".

De verdad, sólo espero no enamorame.

jueves, 4 de octubre de 2007

4. La relación con las ausencias

Dice John Berger que “la ausencia contribuye enormemente a la creación de un sentido. De hecho, es muy difícil hacer que la vida tenga un sentido para nosotros si no percibimos las ausencias, si no le damos un lugar en nuestras vidas.

Hasta la deshumanización producida por el capitalismo, los vivos estaban atentos a la experiencia de los muertos, pues ése era su futuro. Dependían de ellos para colmar el sentido de vivir. Sólo una forma cruel de egoismo moderno logró romper ese equilibrio, con efectos terribles para los vivos, que ahora pensamos en los muertos como eliminados. Pero si eliminamos la ausencia, no hay más devenir. Y sin devenir, no hay deseo”.