jueves, 25 de enero de 2018

462. Mis hojas preferidas


Mis hojas preferidas

Las hojas ya se van a su retiro,
a la cuneta estrecha, a la laguna,
donde las lleve el aire, en su suspiro.
Hay días de invierno que presiento
en mi ventana no encontrar ninguna
-ya serán alas de su dueño el viento-
y busco, es el final, las recogidas,
guardadas en los libros, una a una,
me señalan mis hojas preferidas.


Jesús Tortajada, Malosdías.

domingo, 14 de enero de 2018

461. Quédate este día y esta noche conmigo

Este es el último libro de Belén Gopegui y el título es un verso del poema, Canto a mi mismo, de Walt Whitman.

También es el último libro que leí el año pasado. Desde entonces, cada vez que busco algo en Google, me acuerdo de lo que su autora me transmite en él. No es un libro al uso, es, cómo diría, una intención inabarcable: la solicitud que una pareja envía al gigante Google para un trabajo.

Tampoco ésta es una solicitud al uso, no hay currículu, ni carta de presentación a pesar de las cincuenta mil palabras que abarca. 
No hay una historia de amor como se puede imaginar una al leer el título, pero sí hay poesía en las palabras, hay cariño en la relación de los protagonistas; hay curiosidad y conocimiento hacia si mismo, y hacia los demás. Si Mateo no hubiera conocido a Olga, sería otro Mateo; no hay identidad sin biografía nos dice Belén, los seres humanos son lo que les pasa.

En esta pirueta genial por la forma que presenta la novela, su autora nos invita a reflexionar a través de dos personajes en el límite; esos límites que no hay que dejar de visitar o quedarse en ellos aunque resulten, a veces, incómodos. Mostrar, como dice Belén, a las personas que se mueven en el filo peligroso de las cosas.

La vida no está sólo en todo lo que Google nos muestra. La vida está también en el día a día de las personas que buscan un sentido y es lo que los protagonistas del libro le cuentan al gigante.

Pág.45: El mundo, Google, está todavía lleno de conversaciones que no ves. La historia se hace, dicen, con empujes lentos donde lo personal es invisible. Google, procedes de un imperio, tu poder no es sólo tuyo. Procuras predecir, y aunque no careces de datos, algunos sí te faltan.

Belén, que sabe elegir a sus narradores y lo ha demostrado en todas sus novelas sin dejar de sorprendernos, lo hace aún más aquí porque, como bien dice: “la elección de un tipo de voz narrativa u otro supone una decisión que, en última instancia, implica una concepción del mundo y de su posibilidad efectiva”.

Google, el ojo que todo lo ve aunque tú no quieras, ingresó el año pasado…

Escribir consiste de algún modo en apartar el ruido que corrompe la señal, buscar en la precisión...

Para completar estas dos últimas frases y saber más, pincha aquí.

martes, 2 de enero de 2018

460. Tirar del hilo


¿Por qué somos como somos?
¿De dónde viene ese rasgo que en algún momento surge en nosotros y no reconocemos? O sí.

Mirando la tira de Mafalda se me ocurrió tirar del hilo y me vinieron a la mente mis dos abuelas, quizás también, aunque me resista, por el efecto que la navidad produce.

Tuve la suerte de disfrutar de las dos porque fui la primera nieta de ambas familias. Eran bien distintas, tanto de fisonomía como de carácter. Entrar en cada casa de mis abuelas era como entrar en la penumbra (algunas casas de pueblo parecían túneles), o en la claridad. No había tristeza en la primera, era más bien como una especie de recogimiento. Como el que yo hacía al recostarme en el regazo de mi abuela; me introducía en un almohadón redondo, extenso y mullidito. Desde ahí le acariciaba la papada que colgaba por su edad, jugaba con ella o le acariciaba su moño pelirrojo. Allí, a su casa, recalábamos mis primos y yo cuando nuestros padres se iban al cine o al teatro y nos fugábamos a la plaza contigua a jugar al escondite. Esas visitas y encuentros eran toda una fiesta.

Entrar en la segunda, la claridad, era mi salvación cuando el cielo se enfadaba y barruntaba tormenta. A mi madre le daban pánico y no me dejaba salir de casa. Le buscaba las vueltas, me escabullía como pez y me escapaba a la de mi abuela, su madre. Allí se abría la puerta y las ventanas para contemplar el espectáculo que el campo y el cielo ofrecía. Al fondo, risas de niños y niñas en la Miga (así se llamaba entonces a la Guardería infantil de ahora) que tenía mi abuela y que, a veces, llamaban “escuela de cagones”. De físico enjuto, puro nervio, su rasgo más característico era su fino humor y, para mí, el tono de su voz. Me encantaba observarla mientras guisaba en la pequeña cocina; a la vez iba y venía a poner orden entre los peques que la seguían por el olor que desprendían sus buenos guisos, y más de un hambre quitó a algunos niños además de cuidarlos.

A mis dos abuelas, a mi madre y a mi amiga Rosa, que me regaló la tira de Mafalda, les dedico hoy este post, en una fecha, para mí, importante porque hoy cumplo un año más y sigo escribiendo.

No dejemos de hacernos preguntas y de reír siempre que podamos. Es mi deseo para este año recién estrenado.