martes, 22 de enero de 2008

14. Las discontinuidades II

Así he titulado estas dos entradas porque, a mi entender, es ahí, en esas discontinuidades, donde podemos encontrar estas conexiones silenciosas de las que John Berger nos habla en este libro, "Otra manera de contar", en el que explica su intención de narrar con la fotografía. Unas maravillosas fotografías arrancadas de la vida, para contarnos eso mismo: la vida. Y lo hace de manera conjunta con Jean Mohr que escribe sobre sus experiencias como fotógrafo.

Algo de lo que John Berger dice sobre la forma narrativa fotográfica:

Una fotografía detiene el flujo del tiempo en que una vez existió el suceso fotografiado. Todas las fotografías son del pasado, no obstante, en ellas, un instante del pasado queda detenido de tal modo que, a diferencia de un pasado vivido, no puede nunca conducir al presente”.

Una fotografía aísla las apariencias de un instante inconexo”.

Todas las fotografías son ambiguas; han sido arrancadas de una continuidad. Si el evento es un suceso público, esa continuidad es historia; si es personal, la continuidad, que ha sido rota, es historia de una vida. Incluso un simple paisaje rompe una continuidad: la de la luz y el tiempo”.

“Por lo general, la ambigüedad de las fotografías expuestas al público queda oculta detrás de las palabras que explican, más o menos sinceramente, los sucesos fotografiados”.

“Los reportajes gráficos son el testimonio de un testigo presencial más que de una historia, y es por eso, por lo que tienen que depender de las palabras para poder superar la inevitable ambigüedad de las imágenes”.

“Si existe una forma narrativa intrínseca a la fotografía fija, esta buscará lo que sucedió, como ocurre con los recuerdos o reflexiones. Una fotografía es más simple que la mayoría de nuestros recuerdos, su campo es más limitado”.

“Supongamos que se pretende narrar con la fotografía ordenando un grupo de ellas elegidas entre los millones que existen, de modo que ese orden hable de experiencia.
Las discontinuidades dentro de ese orden serán mucho más evidentes que las que se dan en una historia verbal. Por lo que parece, no habrá historia.
Y sin embargo, contar una historia, implica precisamente un acuerdo sobre las discontinuidades que permite al oyente “entrar en la narración” y formar parte de su sujeto pensante. La relación esencial entre narrador, oyente (espectador) y protagonista(s) todavía es posible con una ordenación de las fotografías. Solamente son sus roles –cree J. Berger-, relacionados entre sí, los que se modifican, no su relación esencial.
El espectador (oyente) se vuelve más activo porque las suposiciones subyacentes a las discontinuidades (lo no hablado reduce la distancia entre ellas) tienen un mayor alcance.
El narrador se hace menos presente, menos insistente, porque ya no emplea palabras propias; habla a través de citas (la fotografía cita más que traduce), a través de la elección y colocación de las fotografías.
La/el protagonista se vuelve omnipresente y por tanto invisible; su presencia se pone de manifiesto en cada nueva relación. Podría decirse que queda definida por el modo como lleva puesto el mundo, ese mundo sobre el que las fotografías proporcionan información.
Si a pesar de estos cambios de rol, todavía queda la unión, la amalgama del sujeto pensante, aún se puede hablar de una forma narrativa.
Toda forma narrativa sitúa al sujeto pensante de modo diferente.
La forma épica le coloca frente a la suerte, al destino. La forma narrativa fotográfica le coloca frente a la tarea de la memoria: la tarea de reanudar continuamente una vida vivida en el mundo.

miércoles, 9 de enero de 2008

13. Las discontinuidades I

Volvamos al cuento tradicional, nos dice John Berger en este libro para introducirnos en la forma narrativa fotográfica.

El perro salió del bosque es una declaración simple. Cuando esa frase continúa con El hombre dejó la puerta abierta, la posibilidad de una narración ha comenzado. Si el tiempo de la segunda frase se convierte en El hombre había dejado la puerta abierta, la posibilidad se vuelve casi una promesa. Toda narración propone un acuerdo entre las relaciones, no declaradas, pero asumidas, existentes entre los sucesos.

Ninguna historia es como un vehículo de ruedas cuyo contacto con la carretera es continuo. Las historias caminan, como los animales o los hombres. Y sus pasos no se hallan sólo entre los sucesos narrados, sino entre cada frase, algunas veces cada palabra. Cada paso es una zancada sobre algo no dicho.

Todas las historias son discontinuas y están basadas en un acuerdo tácito sobre lo que no se dice, sobre lo que une las discontinuidades. Entonces surge la pregunta: ¿Quién llega a ese acuerdo con quién?. Uno se siente tentado a contestar: el narrador y el oyente. Sin embargo, ni el narrador ni el oyente se encuentran en el centro de la historia: están en su periferia. Aquellos de los que habla la historia están en el centro. Es entre sus actos y atributos y reacciones donde va a estableciéndose la conexión no declarada.

La historia confiere autoridad a su personajes, a la experiencia anterior del oyente y a las palabras del narrador. Y es la autoridad de todo ello unido lo que hace que la acción de la historia –lo que sucede en ella- sea merecedora de la acción de contarla y viceversa.

Las discontinuidades de la historia y el tácito acuerdo subyacente a ellas unen al narrador, al oyente y a los protagonistas en una amalgama. Una amalgama a la que llamaría sujeto pensante de la historia.

Una historia no es simplemente un ejercicio de empatía. Tampoco es un lugar de encuentro para los protagonistas, el oyente y el narrador. Contar un cuento es un proceso único que funde esas tres categorías en una. Y, finalmente, lo que las funde, dentro del proceso, son las discontinuidades, las conexiones silenciosas, acordadas en común.

viernes, 4 de enero de 2008

12. Afilar el hacha antes de cortar el árbol


Eso decía una de mis escritoras preferidas C. Martín Gaite, como también: “Lo importante es querer decir algo y querer decirlo bien, para un buen narrador el acento está puesto en esta cuestión, y atendiendo a ella es cuando hace lo que debe.

En literatura lo que está bien contado es lo que vale, lo que es verdad. Las palabras que saben crear ese campo mágico de relación, entretejerse con propiedad, crean el amor mismo.

La narración es una exigencia. Si no cuentas las cosas, forman montoneras. Es como entrar en un cuarto donde todo está patas arriba y empezar a doblar historias, y meterlas en sus estantes correspondientes, luego ya se puede respirar y el ocio de tomar el sol en una butaca es armonioso”.

Estos días son días de trabajo doméstico, de celebraciones, de encuentros, pero también de lecturas y relecturas. Es de ellas de donde extraemos la esencia, donde nos identificamos, donde alimentamos el pensamiento para escribir, porque escribir es haber memorizado con los ojos la vida y la vida también está en los buenos libros.