domingo, 27 de julio de 2014

350. El pueblo es lo que tiene...

ese rumor de calma y de chicharra,
como la lijadora en la herrería,
o las tijeras,
en su clac, clac desesperada.
Allí suena a lo lejos la campana
de las avemarías,
en sus cuartos temerarios
de misas y recuerdos
olvidados.
Ya está bien de monsergas y sermones,
ya está bien de mentiras,


es tiempo de descanso.

jueves, 17 de julio de 2014

349. Canta, chicharra, canta


¿Pereza como ésta se vio nunca?
En orilla de piedra,
bajo el calor, dejar pasar los siglos
y ni una vez mirar si el mediodía llega.
Emily Dickinson

viernes, 4 de julio de 2014

348. La huella de las ausencias


¿Cómo hablar de un libro que es la tercera vez que lees sin desvelar nada? ¿Qué es verdad en un libro? Sólo es verdad cuando lo leemos, cuando el objeto deja de serlo, cuando en esas palabras te reconoces. Cuando en ese diálogo íntimo quedas atrapada. Y es entonces, que ya estás perdida.
Andaba yo por aquel tiempo leyendo a John Berger sobre la ausencia y me encontré en el stand de una feria con este libro. Por supuesto que el título me llamó, pero también el formato y las páginas interiores. Y una mujer, la autora, que no conocía y que me asombró al leerla por la sensibilidad que reflejaba.
Miriam Palma habla de Walada, una princesa omeya, pero también de su entorno que coincide con el esplendor y la decadencia de la época en que vivió. Pero esto que digo son palabras vacías, las mías que no saben cómo expresar la poesía que encierran las escritas; la extrañeza de cómo, en tan poco espacio es capaz de abarcar vidas y sentimientos. Miriam, poeta como Walada, sabe plasmarla y cautivarte. Aquí no hay mitos, ni clichés, ni siquiera leyendas. Hay una vida de mujer que busca, que quiere ser dueña de sus palabras, encontrar su sitio, aprender de otras, enseñar a otras. Su casa se convirtió en una escuela para mujeres, salón literario “que vibraba por las noches con refinados ritmos, con las más osadas hipérboles, con la versificación más virtuosa”.
He visitado Córdoba varias veces y en la última me acerqué a Medina Azahara, allí vi esta arqueta dedicada a Walada  entre los restos recuperados de ese esplendor que debió ser esa ciudad cuando las europeas andaban a ciegas. 
En la arqueta de su madre, igual o parecida a la de la foto guardaba Walada sus palabras, sus lamentos, sus poemas. Esos poemas que Miriam ha sabido descifrar para contarnos la vida de una mujer adelantada a su época; una rebeldía, y, al final de su vida, la aceptación de ese amor que mantuvo con tanta pasión, de su pérdida, de nosotras, se nazca donde se nazca. 
Y en todo ese camino adverso, a veces, por ser quien es, una omeya, discurre mostrando a otras mujeres de su entorno, “¿cómo escribirlas? ¿Qué metáforas usar para cincelar sus cuerpos en poemas? ¿Qué ritmos, qué rimas, qué metros escoger para dar cauces a los torrentes de sus voces?” Es en los sabores, olores, en los baños, “un mundo el del hamman donde se limpiaban hasta las almas”. A Walada se la conoce por su relación con el poeta Ibn Zaydún y el libro nos muestra su relación, pero a diferencia de otros libros, a quien de verdad conocemos aquí es a la mujer, a esos hombres de su entorno y a todo lo que vivió a través de ella.