Estaba esperando en la cola de la caja del supermercado cuando a mi espalda escuché una orden en un tono cortante:
-Mamá, calla, ¡que
te calles!
Volví la cabeza sin
poder evitar que mi extrañeza asomara por encima de la mascarilla.
La que hablaba era una chica bastante joven para tener tantas dotes
de mando. No se cortó por mi mirada, estaba tan crispada que pensé
que no veía a nadie y siguió hablando con su madre.
-Mamá, es que no me
escuchas, eres tú la que primero tiene que cambiar, no él.
Supuse que la madre
tenía problemas con su pareja; me retiré más de la distancia
permitida, pero a la joven pareció darle igual y sin bajar el tono
siguió, como si la mascarilla le protegiera también el mal
carácter.
-Pero es que no te
das cuenta de que él se deja llevar porque le consientes todo;
siempre ha sido así, le das todo lo que te pide y de esta manera no
vas a conseguir que cambie.
Me pregunté a quién
debía tener por pareja, ¿un machista, un inmaduro, un
despilfarrador? Lo que sí estaba claro era que su hija estaba más
que harta de ser su confidente y de escuchar sus quejas.
-Que no mamá, que
no llevas razón, ¿qué edad tengo yo?
Me quedé con las
ganas de saberlo porque al mirarla por curiosidad su madre se dio
cuenta y miró para otro lado. Pobre mujer, ¡qué repaso el de la
hija! Tengo amigas que además de niños han tenido niñas, pero
nunca les he oído quejarse de que le hablaran de ese modo.
-Soy más joven que
él, ¿verdad? Sí dilo.
La madre asintió
avergonzada.
-Pues voy a terminar
la carrera mucho antes que tu hijo mayor, que en la vida ha dado un
palo al agua por tu culpa, así que no te quejes más.
La voz de la chica
cantó su emoción. Respiró profundamente y siguió hablando, pero
esta vez sonaba temerosa.
-Ahora todos los
días dale que te pego con tu miedo a que coja el virus por sus
excesos y te lo pegue. ¿No te das cuenta? Es el mejor momento para
que lo alejes porque le da igual lo que te pueda pasar. Estoy cansada, pero sobre todo me preocupas y ni siquiera me escuchas, es
como si oyeras llover.