Le estaba enseñando a Perico la libélula o zapatero como la llamamos y me preguntó ¿dónde está el árbol? Le expliqué el porqué el vecino había quitado el pino; toda la familia era alérgica a las orugas.
En ese instante hizo aparición la voz potente del chatarrero en la calle. Iba, como de costumbre, con su carrillo de mano y solicitaba: hierro, cobre, y otros materiales para vender.
A pesar de su interés por el árbol, noto que el niño ya no me escucha. También se olvida de la libélula y las explicaciones que pensaba darle y me señala el camino de la cigarra.
-Claro, por eso corre que se las pela, para darle un chupetón a la tuerca, igual le falta hierro como a mí.
-¿Cómo?
-Sí, tía, es que tú no has visto que mi madre por la noche le clava una puntilla larga a una manzana, por la mañana se la quita y me hace comérmela a trocitos.
A J. M. esté donde esté.
6 comentarios:
Ahora que estoy rodeada de árboles y de caballitos del diablo y de libélulas, ese sobrino resuena, esté donde esté, y seguro que él le quita hierro al asunto.
Abrazo, Isabel. Feliz verano.
Que interesante charla. Besos.
La libélula y la cigarra, parece un cuento, pero no, es una conversación a la sombra (no se puede poner uno al sol en estos días).
Abrazos.
Índigo, mil gracias por tu mirada y un montón de besos.
Teresa, muchas gracias, tú siempre tan amable.
Abrazo.
ethan, menos mal que ha aminorado un poco, era demasiado hasta para poder escribir.
Los niños con sus ideas y fantasías no ayudan.
Abrazo.
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