-¿Qué se va a hacer?
Jimena, que acostumbra a hacérselo todo sola y también a los demás,
de hecho en eso consiste su trabajo, contesta sorprendida a la pregunta de la
peluquera.
-Yo, nada, yo... sólo he venido a que me corten el pelo.
A pesar de los tiempos que corren, no sólo para el ahorro,
sino también para seguir trabajando, sus señores están muy contentos y le han
mantenido el sueldo, eso sí, con más trabajo añadido.
-Estoy demasiado cansada para coger la tijera, me temblará
el pulso, -se dijo mirándose al espejo para evitar cortarse las puntas como
hacía siempre- además, ya es hora de sentir que alguien me hace algo a mí.
Una abuela entra en la peluquería para que le corten el pelo
a su nieta, una niña de dos años. La peluquera le pregunta una y otra
vez -¿cómo te llamas? Pero la cría no se inmuta, es más, ni la mira, aunque su abuela dice que habla por los codos.
-Otra pregunta absurda, -dice Jimena entre dientes- como si
el nombre, eso que otros nos han colocado, pudiera explicar algo a esa o
ese que nos ve un momento y al darse la
vuelta ya lo ha olvidado.
Y es que Jimena cada vez
se aleja más del mundo de los
adultos, ella hace como algunas niños: protesta silenciosa.
Como el que hoy ha protagonizado un incidente en el
aeropuerto de Sevilla. La noticia la daban así en la radio: “Un avión ha tenido
que retrasar la salida una hora porque unos padres no han conseguido abrocharle
el cinturón a su hijo”.