
Yo en verano, como no me voy de vacaciones, aprovecho para leer. Voy atesorando libros para esta época de tardes largas. No quiero que termine agosto sin expresar lo que he disfrutado con el de Lara que guardaba para leerlo despacio y saborearlo.

Los relatos de Cuatro veces fuego son de una lectura clara y una sabiduría vieja. Sorprende cómo Lara utiliza las palabras y el universo donde las coloca. Así su lectura es mágica. Detiene la vida que fluye en sus personajes, los mantiene en suspensión y abrillanta un momento de ellos; un detalle que nos da la talla de lo que cuenta, para decirnos que paremos y nos fijemos, que no hay que buscar lejos, que todo está aquí delante de nuestros ojos.
La suya es una sabia mirada para descubrir qué siente el joven y qué ha vivido el viejo. Como círculos concéntricos provocados por una piedra lanzada a un río; así se agranda el texto con esos detalles escogidos con precisión para multiplicar su significado.
Mira que no te conozco, Lara, pero no sé por qué te veo en tus cuentos. Unos cuentos que, a pesar del fuego que transmiten, me dejan flotando como en el agua.
El verano pasado escribí con ironía sobre el término “desaparecer”. Ahora, inmersa en la lectura de tus relatos, sí he desaparecido literalmente en mi sofá y, en vez de quedar en él una pelusa de lana verde, ha quedado un bolígrafo que no se cansa de escribir las sensaciones que me han producido.
Igual que las historias que se cuentan al amor de la lumbre, yo he escrito cuentos al amor de tu libro.
Gracias LARA