La Navidad se acabó, pero nos quedan los cuentos:
Hambre
A Clara la conozco desde el colegio. Más delgada que un
espárrago del campo, no como yo que me como hasta las
piedras. Ella tiene una nariz afilada siempre metida en los
libros, como si se escondiera en ellos. Yo se los prestaba
todos y ella me dejaba copiar en los exámenes.
Las navidades eran lo peor, no tenía apenas regalos y yo
de mis ahorros le daba para dulces.
Un año al volver de vacaciones la vi más alta, más espárrago,
pero feliz.
-¿Sabes lo que he hecho con tu dinero?
Me encogí de hombros. Estaba claro que si había comprado
dulces no había puesto ni un kilo.
-He leído tres libros, me dijo al entrar en clase.
Me dejó intrigada. Pensé que, como habían mandado leer en
vacaciones un libro, había empleado en eso mi regalo. Pero
¿tres? Me puse en lo peor, podía haberlos robado.
No pudimos hablar hasta el recreo. La cogí por un brazo y la
llevé hacia un lugar apartado para echarle la bronca.
-No te preocupes, no he robado nada ni a nadie -me dijo al ver
mi cara de desconfianza-, mi madre necesitaba un vestido y
me pidió que la acompañara a una de esas grandes superficies
que han nacido como setas.
Mientras ella revolvía cielo y tierra para descubrir una ganga,
observé que en la caja mujeres elegantes cambiaban algunos
vestidos. Seguí a la dependienta que llevaba los devueltos al
perchero. Me puse a buscar por si había uno para mi madre
(aún tenía tu dinero y pensé dárselo a ella), pero el que escogí
tenía el cuello algo sucio. Entonces escuché a dos mujeres
que criticaban a “esas señoras” que, aún teniendo dinero, iban
a descambiar las prendas después de usarlas para una fiesta
como si nada. A mi madre no le gustó lo que había y no me
cogió el dinero.
-Pero ¿qué tiene que ver eso con los libros? -le pregunté
impaciente mirando mi reloj, se acababa el recreo.
-Tu sabes que yo adoro los libros y que te los devuelvo nuevos,
sin tachaduras ni páginas sueltas; pues en una enorme
librería, que habían abierto nueva, daban facilidades para
cambiarlos. Escogí uno y lo compré para regalo. Lo demás te
lo puedes imaginar.
Entré en clase pensando que mi amiga tenía cada vez más
hambre de palabras.
6 comentarios:
Hola Isable, buenisimo este relato, gracias a nuestros queridos libros, cada vez con más hambre me quedo.
Un abrazo
Muy bonito el relato. Besos.
Lectora empedernida, en el cambio está el truco.
Abrazos!
Muchas gracias, Pilar. Gran abrazo
Gracias, Teresa, me alegra que te guste,
Muchos besos.
Pues sí, ethan, leer me gusta más que escribir. Distruto.
Abrazo.
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