viernes, 19 de noviembre de 2021

574. Están locos, locos

Las personas no tenemos que caernos bien a la fuerza. A Oscar no le caía bien su vecino Ernesto que era más joven que él; un chico serio, oscuro y algo encorvado, como metido hacia dentro. Una vez que tomaba contacto con alguien y hablaba un poco hasta podía sonreír, pero su expresión no era de felicidad.

Estaba casado y tenía cuatro niños muy malos y traviesos para su padre, como él decía, pero encantadores para el vecindario. A Ernesto su malestar le salía a flote cuando les reñía y esto sucedía a menudo. Para conversar elegía a sus perros que se pasaban el día ladrando. Esto era de lo más pesado para Oscar que era escritor y le gustaba escribir en la parte posterior de la casa al aire libre. Entre los perros del vecino y el canto de las palomas turcas, pesadas como no había otras, el pobre hombre no podía concentrarse, incluso, si entraba dentro de la casa.

Con los perros no podía hacer nada, pero ¡ay las palomas! Para ellas se construyó un tirachinas como los antiguos, aunque las gomas, “no eran como las de antes” decía él. Con toda paciencia las cambiaba cuando se rompían. Buscaba garbanzos secos o piedrecitas pequeñas y a la caída de la tarde, antes de tenderse a leer en la hamaca, comenzaba la caza de las palomas que se posaban en su lugar preferido: la antena de la televisión.

Antes de los garbanzos puso en práctica otro método que creía infalible: ataba una cuerda a la parte de la antena donde se posaban y tiraba de ella para asustarlas, por tanto, que quede constancia de que asesino no era el hombre. No funcionó y fue cuando pasó al tirachinas.

Pero el tirachinas… Su mujer, con todo acierto, se lo escondía cuando los niños del vecino jugaban porque recordaba que en su infancia hubo más de uno ciego por jugar con este instrumento peligroso. Desde la cocina le gritaba: -¡Todo este asunto está rayando en lo patológico, estás loco!

Ser la mujer de un escritor no era cosa de gusto. A ella le encantaba viajar, pero cada verano alquilaban la misma casa en una urbanización de la sierra; había muchos senderos por donde pasear, y Oscar aprovechaba para hablarle de argumentos, tramas etc. Y sucedió, que en uno de esos paseos mientras hablaba con su mujer tranquilamente, pasó un ciclista por su lado acompañado de varios perros. Uno pequeño y juguetón se le enredó a Oscar entre las piernas y lo tiró al suelo. La mujer asustada le echó la bronca al ciclista que resultó ser Ernesto, su vecino. Ese mismo día hicieron las maletas, pero antes de irse Oscar lanzó los garbanzos que le quedaban con el tirachinas a boleo por si tenía la fortuna de darle a “algo”.

-Pero..., qué coño me ha pasado por la cabeza.

Esto lo dijo un joven vestido de operario con un mono azul perteneciente a la empresa “Masfrío”, que acababa de arreglar una fuga de gas del compresor de la unidad exterior del aire acondicionado situada en la azotea de Enrique. Estaba en cuclillas, guardando las herramientas en su caja y con la mano derecha contestando otra llamada de otro cliente; ese verano las temperaturas habían alcanzado los 43º a la sombra, y, lo que le golpeó, le tiró el móvil la suelo.

Y allí estaba junto al móvil la paloma tendida boca arriba, quieta, sin voz ni arrullo, ni canto repetitivo.

Bajó a la casa rápido, y, mientras la mujer de Enrique le pagaba, no dejaba de protestar señalando al vecino. Mientras, su marido sin prisas metía a los perros y a sus hijos dentro del patio interior.

Sí, no digas nada más, dijo la mujer al operario, ¡Estos hombres parecen niños grandes!, están locos, locos.

5 comentarios:

ÍndigoHorizonte dijo...

Tal vez.

emege-e dijo...

Un relato "tridevecinal" que me ha divertido. Imagino que cosas así sucederán a algunas familias si pasan el verano en esas casitas rurales, tan de moda ahora.

No dejes de escribir y sigue contándonos "sucesos".
Un fuerte abrazo. Ave Peregrina

ethan dijo...

Muy buen relato, con sorpresa final. Esas "ratas con alas"...
Abrazos.

Anónimo dijo...


¡Cuánto tiempo sin entrar! No hay excusa. Tonta de mí, yo me lo pierdo.

¡Me ha gustado el relato!

Para mí las palomas son bellas. Seguro que su simbología, "la paz", la sigo asociando.

Bien, bien¡¡ Sigue con la pluma.
Besos de UVA.

Isabel dijo...

Gracias, gracias, gracias.
Abrazos.