A medida que Paola avanzaba por el paseo se miraba las uñas de los pies pintadas en rojo burdeos que sobresalían de sus sandalias azules de tiras. Los dedos en perfecto orden de mayor a menor. Era verano y vestía una falda larga de seda vaporosa, ideal para el calzado plano que prefería durante el día. Así caminaba hacia el cumpleaños de una amiga. Se sentía esplendorosa. Una camiseta roja a juego con las flores de la falda que se bamboleaba a cada paso. El abanico que siempre la acompañaba colgaba de su cuello con una cinta roja también. Todo en ella bailaba con sus andares. Tropezó al subir un escalón y comenzó a andar raro. Se miró los pies y se asustó porque sus sandalias, como por arte de magia, se estaban deshaciendo. Caminaba y dejaba un rastro de goma negra deshecha, sus zapatos la estaban abandonando…
Se consoló pensando en que esa misma noche para la despedida de soltera de su hermana tenía preparados sus zapatos de japonesita, así los llamaba por el tacón de contorno suave y diferente. Negros. Con sólo una tira trenzada y cerrada en una hebilla; todos los dedos al descubierto, pero muy cómodos por la anchura de la tira. Para lucirlos mejor llevaría unos pantalones de seda con el bajo ancho y a media pierna. Arriba un top ajustado para lucir su piel morena. Estaba preparada para bailar cuanto quisiera.
Y así fue, bebió y bailó todo lo que pudo. Alguien en la pista de baile se cayó a su lado. Ayudó a la joven a levantarse y ésta le dijo al oído: se te está partiendo el zapato.
Ni siquiera el zapatero pudo hacer nada con ellos.
Texto inspirado en la frase del cuento Los zapatos rotos: “los zapatos no son ya para mí algo esencial” del libro Las pequeñas virtudes de Natalia Ginzburg.
6 comentarios:
Hermoso relato, abierto en canal... como los zapatos. Me encanta Ginzburg. En la facultad leí su Lessico Famigliare en italiano y desde entonces me acompaña.
Abrazo, Isabel
No se puede decir que tuviera suerte con los zapatos, jajajajaja.
Saludos.
Índigo, yo leí a Natalia Ginzburg a través de Carmen Martín Gaite que era su traductora y es de lectura obligada.
Muchas gracias por tus palabras que me animan a seguir.
Gran abrazo y que pases bien y feliz estos días.
Pitt, por supuesto.
Bienvenida.
Saludos
Al leer tus líneas sobre esos dichosos zapatos no he podido evitar que viniera a mi recuerdo aquél día que lo pasé fatal, en un par de horas "besé el suelo" por cuatro veces y quedé bastante mal parada. Al final, de tantos tropiezos llegué a pensar que aquellos zapatos que calzaba no sabían andar con mis pies embutidos en ellos, así que cuando llegué a la puerta de mi casa, me descalcé y los iré al contenedor aunque estaban impecables.
Ya sabes, yo con mi rollo.
Un fuerte abrazo. Ave Peregrina.
emege, yo hubiera hecho lo mismo. Los pies hay que cuidarlos todo lo que podamos.
Abrazo.
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