Una era nuestra
vecina. Una mujer mayor vestida de negro con faldas largas y la nariz
como si se la hubieran afilado con un cuchillo poco a poco. Era lo
que asomaba primero por la rendija de su puerta cuando escuchaba
abrir la nuestra. A veces, simulaba que barría el rellano porque
sabía la hora en que yo salía para ir al colegio, y al verla corría
escalera abajo sin esperar el ascensor. Creía que si me quedaba a
saludarla como me decía mi madre, me subiría a la escoba y seguro
que, por su forma de mirarme, me tiraría de lo más alto de la
azotea.
La otra era mi
profesora. Era mayor, pelo blanco bien peinado a ondas, bien
arreglada y muy estirada ella, sobre todo, al hablarnos. Con dos
manías que yo conociera: una a la vista, en vez de echarse en la
cara una crema hidratante y normalita, se ponía aceite y cuando te
besaba… uf, no quiero ni recordarlo. En mi primer día de cole me
estampó un beso en la cara y me sentó de golpe en la primera banca,
dos cosas que no me gustaron.
El orden era la
segunda manía. Una vez estaba tan enfadada porque no encontraba
algo, que dijo a voz en grito: ¿A quién se le ha ocurrido abrirme
los cojones? Por los cajones, claro. Fue horrible tenerla tan cerca
y, más tarde, un disfrute que me cambiaran de colegio.
Ahora no las
llamaría brujas, calificativo como otros que nos han inculcado a
través de generaciones por, incluso, muchas madres influenciadas.
Ese calificativo y sus representaciones vino muy bien desde los
siglos XVI y XVII para quemar en la hoguera a muchas mujeres que
estorbaban, como dice Silvia Federici en su ensayo “Caliban y la
bruja”. Según Federici, “La caza de brujas sirvió para
perseguir a una serie de creencias y prácticas populares. Fue un
arma para derrotar la resistencia a la reestructuración social y
económica”, una historia que la autora conecta con nuestro
presente en distintas partes del planeta.
14 comentarios:
En mi caso, la bruja era la “ti Ramona” que por la Sierra de la Culebra protegía a sus ovejas del lobo porque, según se decía en el pueblo, por la noche su alma se metía en las ovejas y por eso eran las únicas ovejas protegidas... Vestía de negro. Era mayor y muy sabia.
Abrazo, Isabel, y feliz verano.
Me ha gustado tu relato. Un beso.
Un relato muy interesante y didáctico, dices bien, la quema de brujas fue un atropello contra aquellas mujeres que sabían curar enfermedades con las hierbas que recogían, o ayudaban con su sabiduría a paliar el dolor. Una vez dijeron en una congerencia a la que axistí, que el solo hecho de tener dos tijeras en casa, ya eras una bruja y lo malo era que no sabían porque las quemaban...DOS TIJERAS , Dios si hoy vienen por mi casa, encuentran 5 ó 6 tijeras... ¿y por eso se es briuja? hoy nos quemarían a todas las mujeres por tener tijeras.
Un abrazo con cariño.
¡Cuántas mujeres de avanzada se quemaron
para mantener la estructura patriarcal de las sociedades!
Besos, Isabel
Cuántos miedos infantiles estaban condicionados a elementos culturales -machistas en muchas ocasiones- como el que cuentas de las brujas.
Ahora sabemos que las brujas eran mujeres valientes, arriesgadas e inteligentes.
Empatizo con esa niña asustada, sensitiva y sensible de tu relato.
Gracias por la oportunidad de hacernos reflexionar sobre esta sociedad machista y patriarcal.
Un abrazo!
Indigo, qué gusto verte por aquí. Gracias por completar el post.
Qué tengas un feliz y tranquilo verano.
Abrazos.
Teresa, y a mí me gusta que te guste.
Abrazos.
Ángeles, bienvenida. Curioso lo que me cuentas de las dos tijeras. En Cataluña visité un museo dedicado a estas mujeres que recogían hierbas para hacer remedios, me encantó: http://www.trementinaires.org/
Gracias por tu opinión y abrazos.
Myriam, y lo malo es que no cesa la violencia por una u otra causa.
Más besos para ti. Buen agosto.
Ladelmedio, qué alegría leerte, como en tu blog que me encanta. De acuerdo contigo. Menos mal que los niños tienen otra versión ahora por sus madres, porque antes ni siquiera ellas estaban informadas para quitarnos el miedo a todo.
Gracias por tu empatía.
Muchos besos.
Ohhh, el tren de la bruja. Me gusta lo que cuentas.
Para mí tiene un recuerdo malísimo. No hubo bruja, fue brujo. Otro atropello que no quiero ni recordar.
De todos modos, ¡vivan las ferias de los pueblos! Si hacen felices a sus asistentes...
Besos de UVA.
Uva, ¡un brujo! La verdad es que por entonces no me fijaba en el género.
Siento habértelo recordado.
Besitos.
El terror llegaba a las ferias "El tren de la bruja", pero a pesar de sentir ese miedo hacia cola para comprar el tiket y dar ese paseo tenebroso y a la vez temerosa de recibir el golpe de la escoba. Creo que la adrenalina que contenía mi menudo cuerpo no me alteraba mucho. La malicia de otras brujas que disimuladamente se transformaban en señoras de bien, sólo con la mirada ya me temblaban las piernas.
A estas alturas, mi organismo no produce ni una gota, me siento mucho mejor.
Besos. Ave Peregrina
emege, ¿miedo tú? Yo creo que desde siempre has sido valiente y le has plantado cara a todo.
Besazo.
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