Dice Declan Donnellan en el libro “El actor y la diana”:
Actuar es un misterio, como también lo es el teatro. Nos reunimos
en un espacio y dividimos éste en dos mitades, una de las cuales
actúa historias para la otra. No conocemos sociedad alguna donde
nunca sucedan estos rituales, y en muchas culturas tales eventos son
el propio centro de la sociedad. Hay una obstinada necesidad de
presentar representaciones actuadas, desde los culebrones televisivos
hasta la tragedia griega.
Un teatro no es solo un espacio literal, sino también un lugar
donde soñamos juntos; no sólo un edificio, sino un
espacio que es tanto imaginativo como colectivo. El teatro nos
provee de un marco seguro dentro del cual podemos explorar
situaciones peligrosas desde la comodidad de la fantasía y la
protección de un grupo.
Actuar es un reflejo, un mecanismo para el desarrollo y la
supervivencia.
Un bebé nace no sólo con la perspectiva de “madre” o
“lenguaje”, sino también con la anticipación de “actuar”;
el niño está genéticamente preparado
para copiar comportamientos de los que será testigo.
Pero ¿cómo podemos desarrollar o entrenar nuestra habilidad para
actuar?
Nuestra calidad como actores se desarrolla y se entrena por si
misma sencillamente cuando le prestamos atención.
Siempre hay un vacío entre lo que sentimos y nuestra habilidad
para expresar lo que sentimos.
En vez de afirmar que X es un actor con más talento que Y, sería
más exacto decir que X está menos bloqueado que Y.
El talento, como sucede con la circulación de la sangre, ya se
está bombeando. Sólo tenemos que disolver el coágulo.