Parece que no leo, pero sí, leo todo
lo que puedo. Cuando me empleo a fondo es en verano y como en tiempos
de crisis hay que aprovecharlo todo; allá por junio saqué de las
estanterías casi todo lo que no había leído, y aún me queda
bastante. Porque es mejor no dejar nada por leer, sería un
despilfarro y una desnutrición.
Podría agruparlos: historias de guerra
sobre experiencias vividas; citaré alguno que otro. Me gustó
especialmente “Una mujer en Berlín” y “Mil soles espléndidos”.
O sobre el surrealismo desde dos
personas distintas: Leonora Carrington a la que le da vida Elena
Poniatowska, recordaba con placer otro libro suyo: La piel del cielo,
que está basada en gran parte en la vida de su difunto marido el
astrónomo mexicano Guillermo Haro. Y otro libro con el que lo he
pasado muy bien: “Mi último suspiro”, una memorias de Luis
Buñuel. Decía un amigo suyo, Michel Piccoli, que con Buñuel acabó
el surrealismo. Sin comentarios.
Sigo con autores conocidos que siempre
es un placer leerlos, no me extiendo en títulos por no daros la
lata, sólo hago recuento: Joseph Conrad, Jane Austen, Truman Capote,
Ian Mc Ewan, de algunos he vuelto a ver las pelis versionadas. Como
con Javier Cercas, más nuestro.
Vuelvo atrás en el tiempo de lectura para nombrar
“El antropólogo inocente”, otro autor, Nigel barley, que narra
con humor y eso me gusta. Como el contemporáneo Mark Oliver Everet
que en su especie de biografía “Cosas que los nietos deberían
saber” es capaz, después de todo lo acontecido en su vida (no
tiene nietos), de dejarte un buen sabor de boca y mucha música.
No
sé si se me escapa alguno, seguro que sí. ¡Ah! Una novedad, mi
incursión en la novela gráfica, no fue una vuelta atrás a los
tebeos de mi niñez; nada que ver, excepto el enganche que supone y
el divertimento según el tema que trate.
¿Qué tengo entre manos? Dos es lo
mínimo: “Palabras que usan las mujeres” y “El olvido que
seremos” Y teatro, que empiezo con fuerza mis clases.