Oscar Wilde le dio un consejo a un joven al que le habían indicado que para escribir debía empezar desde abajo:
-“No, empieza desde la cumbre y siéntate arriba”, -le dijo.
Si este consejo lo aplicamos a la lectura, habría que definir lo que entendemos por cumbre y cómo alcanzarla.
Muchas son las listas de autores consagrados hablando de otros autores, seleccionados por ellos, para llegar a ser una persona “leída”. Y muchos son los autores que se caen de todas las listas, precisamente, porque cada persona tiene sus preferencias.
Qué duda cabe que el que lee ha de elegir. Teniendo en cuenta lo que se ha conservado de todo lo que se ha escrito, esta tarea sería una labor bastante ardua y nos daría una lista interminable que cualquier adolescente abandonaría nada más verla. Literalmente no hay tiempo suficiente para leerlo todo, aún cuando no hiciéramos otra cosa en todo el día.
Sin embargo, la selección de obras, una vez la consideremos como la relación de un lector y escritor individual, será como poseer una memoria literaria.
En palabras de Carlos Fuentes, escritor nacido en México en 1928, la dialéctica entre la memoria de Hamlet, y el olvido de Don Quijote funda la literatura moderna. Semejante tensión entre el recuerdo y el olvido revela la modernidad de Shakespeare y Cervantes.
Hamlet duda porque recuerda. Actúa porque recuerda y representa porque recuerda. Hamlet es el memorioso. Es el príncipe y habita un palacio lleno de recuerdos. Memoria, sucesión, legitimidad, son el verdadero “desnudo puñal” que Hamlet emplea al precio de la “quietud” de la muerte.
Don Quijote, en cambio, surge de una oscura aldea en una oscura provincia española. Tan oscura que el aún más oscuro autor de la novela no quiere o no puede recordar el nombre del lugar: la mancha. Allí mismo con el olvido de Cervantes, empieza la novela moderna, trazando un círculo que culmina con la obsesión del narrador de Proust, en busca del tiempo pasado o perdido, o de los narradores de Faulkner, que están allí para que no se olvide el peso de la historia, la raza…
Pero hay otra cosa en común entre Don Quijote y Hamlet. Ambos son figuras incipientes, inimaginables antes de ser escritos por Cervantes y Shakespeare. Los héroes antiguos nacen armados, como Minerva de la cabeza de Zeus. Son de un pieza, enteros. Don Quijote y Hamlet pasan de ser figuras inimaginables a ser arquetipos eternos mediante la circulación contaminante de géneros. Su impureza los configura. En el Quijote hay como un intenso diálogo de géneros que se encuentra, dialogan entre sí, se burlan de sí mismos y desesperadamente exigen algo más allá de sí mismos. En Hamlet la magnífica mezcla de estilos, sublime y vulgar, ¿no coinciden acaso con la confrontación de estilos cervantina?
En definitiva, leer a estos y otros autores universales exige una amplia dosis de atención en la lectura, y a veces hace que ésta sea un placer difícil.
¿Qué quiso decir Oscar Wilde, a este joven, con este consejo?. Sencillamente que si no tenemos ambición por conocer y comprender aquello que amamos, no alcanzaremos ninguna meta o cumbre que nos propongamos, como tampoco venceremos las dificultades que encontremos en el camino.
lunes, 22 de octubre de 2007
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1 comentario:
Oscar Wilde es uno de mis escritores de cabecera. Me gusta no sólo como escribía, adoro sus reflexiones y pensamientos, sus aforismos y todas esas frases lapidarias que nos ha dejado.
Leer a los clásicos es un auténtico placer, y uno se da cuenta de ello sobre todo cuando lee ciertos bet-seller -no quisiera parecer pedante- y se da cuenta que no le tansmiten gran cosa, salvo un montón de datos, uno detrás de otro, obtenidos de las mismas fuentes de las que lo hubiera podido obtener otro escritor. Una lectura, además de datos, debe aportar emociones, debe arañarle a uno el alma de alguna manera, para que se le quede prendida del corazón y no se suelte al más mínimo vaivén.
Besito, Isabel, y muy buena, muy buena tue entrada literaria. Me has dado justo donde más me gusta.
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