Una mirada. Un gesto. Una palabra suelta. Una frase que sale volando sin poder retenerla y ahí estás tú, guisando, pero no como siempre. Hoy es un día especial. En la habitación hay un cuerpo rodeado por cuatro cirios, el de un hombre mayor. Vendrán familiares, amigos y tú te imaginas un entierro como el de las películas donde todos comen algo para reponerse. Y habrá gestos de todos los colores y conversaciones también.
Al darle la vuelta a los trozos de pollo para que se doren escuchas a una hija que ha venido para echarte una mano. Está desayunando en la cocina, casi a tu lado. Entre bocado y bocado susurra una y otra vez “menos mal que ella me cuidó”. Sonríe y al notar tu asombro te dice: “está bien que se vayan los que nos hacen daño”.
Y tú comprendes el porqué ese hombre tan feo y tan muerto te daba tanto miedo.
Y te alegras, también, por fin va apareciendo la claridad que deja atrás años de negrura.
4 comentarios:
Buen relato, con estilo poético y sorpresa final, como debe ser.
Abrazos.
Gracias, ethan, aunque oscuro lo encontraba necesario.
Abrazos y buen agosto.
Cuando negrura y claridad se encuentran... y se reconocen como lo que son. Duro pero certero y no una sino muchas veces: para muestra el último botón que nos zarandea desde hace unos diez días... Abrazo enorme, Isabel.
Índigo, cuánta razón tienes. No faltan cosas, no.
Gracias y un fuerte abrazo.
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