Otro día sofocante
en la vega del Guadalquivir. Con mi café doble y mis tostadas con
aceite de oliva virgen y mermelada casera me dispongo a disfrutar de
mi desayuno.
Veo a mi alrededor
dos moscas madrugadoras, mi primera intención es coger la pala, pero me detengo; las dejo, me siento y con la mano
protejo mis tostadas par que no me molesten como otros días.
Vuelan en una pelea
que me recuerda aquella peli china “La casa de las dagas voladoras”; se elevan y dan vueltas atacándose una a la otra, pero sin
rozarse. Intento distinguir macho/hembra, pero es imposible por lo rápido que giran. El juego o lo que sea que sucede entre ellas es hipnótico, hasta
que al final una se queda sola; espero que se pose en el portátil
como les gusta, pero no, se queda en el respaldar de la silla de al
lado, se pasea por el filo se refriega las patitas y las alas como en
un baño matinal marcando su sitio como una reina.
Desayuno tranquila y aprendo algo más sobre las moscas. El
científico Björn Brembs, afirma que
el comportamiento de las
moscas, aunque no es completamente libre, no está completamente
constreñido. El trabajo aporta evidencia obtenida de cerebros de
moscas, cerebros que parecen estar dotados de flexibilidad en la toma
de decisiones. El científico señala que la capacidad de elegir
entre diferentes opciones de comportamiento, incluso en la ausencia
de diferencias en el medio ambiente, sería una capacidad común a la
mayoría de los cerebros, si no de todos, por lo que los animales más
simples no serían autómatas totalmente predecibles. Asimismo,
señala que dicha capacidad tiene su explicación adaptativa como
respuesta frente a competidores, presas y predadores.
Como todos los
veranos en el pueblo estamos acompañados de ellas, pero eso sí, yo
también les marco mis límites. Cuando se posan sobre mí
escribiendo o cocinando no somos amigas y es mi paleta la que vuela.