Una
abertura en el cielo y se abre el tiempo.
viernes, 30 de noviembre de 2018
domingo, 18 de noviembre de 2018
488. Cine, cine, cine...
Cine, cine, cine…
Lo difícil en un
Festival de Cine es escoger película, porque no solo hay que estar muy
documentada de lo que se va a proyectar, también hay que combinar los días y
horas que puedes dedicar al cine, etc. A veces aciertas y
otras no, pero si te gusta el cine y quieres ver algo distinto de lo
que se muestra en pantallas, un festival es el lugar idóneo; siempre
hay algo que te gusta, algo que aprendes de directores noveles, sus
historias y cómo las expresan. No soy crítica ni nada parecido, lo que he visto en ellas lo expongo
de manera subjetiva. Una mirada más, la mía.
“Non-Fiction”,
Olivier Assayas
Comedia de enredo,
crisis de los cuarenta, con el fondo de una industria cambiante son
las líneas por las que transcurre la película. Ese futuro-pasado de si
la edición de libros en papel podrá seguir competiendo con todo lo
nuevo que Internet ofrece. Buenas interpretaciones con diálogos
rápidos y suculentos. Las relaciones de pareja y tertulias entre
ellos me recuerdan las pelis de Woody Allen. Al
ser la película que abrió el Festival de Cine y acabarse las
entradas, antes incluso de sus proyecciones, hace que se cree una
expectación influida por su protagonista asidua al Festival,
Juliette Binoche, y un director, Olivier Assayas, que decepciona
si no está a la altura.
Al término de la
película, mientras bajaba las escaleras de la sala; a mi lado y
protegido por la oscuridad, un joven le decía a su pareja:
-¡Vaya dos horas
más perdías! Porque digo yo que la Julí, bueno, está bien, pero
no es pa tanto, porque ¡vamos!, mensaje, yo no he captao ninguno, lo
que sí tengo es ¡un colocón con los letreros que pa qué!
“Touch Me Not”, Adina Pintilie.
Adina,
su directora, al
presentarla dijo: «esta película es
una investigación y
pretende
establecer
un diálogo con el espectador» Su rostro es el primero que aparece
justo detrás de la cámara, y es para preguntarse ella misma por las cuestiones que expone; para
que nos reconozcamos en su personal extrañeza, cómo ocultamos nuestra intimidad y nuestra sexualidad, y dónde nos situamos; bien porque no nos conocemos
o no queremos que nos conozcan los otros, incluso, las personas con
las que convivimos. Lo que viene después es blanco
(el color que predomina en las imágenes)
y piel, la piel de los otros, los cuerpos, algunos
deformes, los
que
no
son patrones griegos de belleza como nos muestran continuamente para
conseguir vendernos lo inimaginable. La
relación con el cuerpo, cómo vivimos y viven personas diferentes
por discapacidad o no, y su sexualidad es
lo que nos plantea su directora.
En un contraste de planos secuencia con los sonidos bien ajustados al
tema, vamos pasando por los distintos espacios que muestra. No todas
las imágenes son agradables,
pero
creo que las
escenas sí son necesarias al guión.
Tampoco se
ve
la linea entre realidad y ficción, lo que sí se aprecia es:
la
naturalidad, la sensibilidad y la
dificultad
para mostrar
lo diferente con
esa desnudez
y por supuesto el amor, porque al final esa es la cuestión cómo
amamos y nos aman.
Scary mother, Ana
Urushadze, autora
asimismo del guion.
El
entorno en
el que vive
esta
familia
es
una ciudad abandonada a su suerte con
edificios
grises que parecen abandonados, fruto
de una posible
tiranía
institucional. La
protagonista, Nato
Murvanidze, Manana
en la ficción,
es
una persona
con una
imaginación desbordante. La
casi claustrofóbica manera de escribir un libro, su propio marido le busca espacio y la anima a terminarlo, tiene como
resultado el conflicto principal. Con
cantidad de temores se decide a leerlo a
todos y
la
familia va
mostrando su desconcierto porque se
ve retratada en el libro en el que Manana
parece vampirizar a quien cree
que la vampiriza. Inspirada
en un sueño recurrente: teme convertirse en Manananggal, una
criatura mítica de las Filipinas que adquiere la forma de una mujer
que, a su vez, se convierte en un monstruo de una noche a
otra.
Con
la obsesión
de encontrar un final para su novela y ante la desaprobación del
marido que la desautoriza a publicarla, elige
el
ofrecimiento de la única persona que cree en ella, el librero de
enfrente, pero eso será otra vuelta de tuerca
a su origen y
las consecuencias que se derivan.
La casa de
verano, Valeria Bruni-Tedeschi.
Comienza
con el detonante que es el
conflicto principal de la protagonista: el abandono de su pareja que
además actúa
en la película que ella
dirige (una vez más cine dentro del cine). Él no
piensa ir con ella a la casa
de verano donde la espera
su disparatada familia
que solo se preocupa de
divertirse mientras que
una servidumbre, más que
harta, siga sometida a sus
caprichos. Una magnífica interpretación arropa la película, demasiado larga para mi
gusto.
Something
is Happening, Anne Alix – Guion: Anne Alix, Alexis Galmot.
Todo
viaje es transformador y
este más porque transforma
radicalmente a sus protagonistas.
Una
reportera,
Lola
Dueñas, prepara
una guía turística gay-friendly.
Al
comienzo de la película salva a una mujer búlgara del suicidio y se
la lleva de compañera por las marismas de la Camarga francesa, un
paisaje para nada parecido a la Costa Azul que muestra “La casa de
verano”, pero nada deprimente. No
hay desesperanza, sino la lucha por salir adelante de
las
distintas personas de razas diferentes que han tenido que abandonar
su país sin posibilidad de regreso al mismo y
cómo dan prioridad a lo verdaderamente importante.
Lola
Dueñas, con su interpretación pone la sal en este periplo, además
de conseguir las imágenes que buscaba para su guía
gay-friendly.
All
good, Eva Trobisch.
La
directora alemana
pone de manifiesto en este
primer largo, “Todo
bien” que
la negación de un hecho, tan lacerante para una mujer como es la
violación, pasa factura. Y más cuando quien la
viola después de una fiesta,
pasa a ser un nuevo
compañero de trabajo de la
protagonista. Un papel lleno de contención y
difícil porque el
rostro de Janne (Aenne
Schwarz),
ocupa la pantalla casi
todo el tiempo. La
insatisfacción hace mella en ella,
no
solo por la violación y
su negación interior,
sino por cómo son los afectos a su alrededor por parte de su
compañero y su madre.
Border,
Ali Abbasi. Basada
en una novela corta de John
Ajvide Lindqvist,
Border
me remitió a cómo debieron ser los primeros homínidos, con caras
diferentes a las nuestras, con capacidades olfativas para oler hasta
los sentimientos...
Es
lo que le ocurre a Tina, guarda fronteriza que detecta contrabando,
etc. Su día a día es el de una persona normal, exceptuando los
rasgos de su rostro.
Hasta que aparece Vore, muy parecido a ella del que se enamora, pero
que no ha recibido la educación de Tina ni ha crecido en el mismo
entorno. Como si de un error genético de esa raza se tratara, Vore
es un
depredador,
condición que él mismo critica en los humanos.
Sunset,
Laszlo Nemes. Una
puesta en escena impecable. Budapest,
1913. La protagonista, con 20 años y una infancia de orfanato ha
aprendido un oficio: sombrerera y busca trabajo en la fábrica que
fue de su familia. Una búsqueda, la de su hermano, le lleva por los
entresijos del poder y la revolución contra el mismo en
vísperas de la primera guerra mundial.
Su
director, László Nemes, nos
aconsejó
antes de la proyección dejarnos llevar. Es difícil no hacerlo con
el ritmo trepidante
que tiene
la película, tanto que ni me di cuenta de su duración, 144 minutos.
Palmarés
aquí:
http://festivalcinesevilla.eu/noticias/palmares-15o-festival-de-sevilla-2018
martes, 13 de noviembre de 2018
487. Buen cine, por favor
Hace
tiempo que no hablo de las películas que veo y es que son tantas…
Y aún más con las nuevas plataformas de cine y series en Internet.
Aunque a mí lo que más me gusta e ilusiona es verlo en pantalla
grande, pero sobre todo asistir cada año al Festival de Cine Europeo
de Sevilla.
No
cité nada del último, pero sí anoté
las películas que vi y
quiero reflejadas
en mi blog antes
de que termine el Festival de este año en el que estoy inmersa. Al
hacerlo con retraso ya se sabe el recorrido que tuvieron en pases por
la gran pantalla, premios, etc. No
me detendré porque puede que la hayáis visto. Título,
directora y poco más.
-Verano
1993,
Carla Simón.
Contada
desde el punto de vista de Frida, una niña, que cuenta el verano que
pasa con su nueva familia tras la muerte de su madre. Nada de drama,
fue un gozo ver un ejercicio de buen cine y todos los premios que le
dieron son bien merecidos.
-Zama,
Lucrecia
Martel.
Un obra maestra basada
en la novela de Di Benedetto. Una obra a mi modo de ver inabarcable
que con gran maestría de su directora pudo llevar a cabo. Me gusta
como Lucrecia la define: “En el fondo está la idea de que
cualquier persona que se resiste perece. Los huracanes a los árboles
rígidos los arranca de raíz, mientras que las palmeras se doblan
pero sobreviven. Sólo queda lo flexible. La mejor forma de oponerse
a algo malo que te toca vivir es la flexibilidad. Y no creerse tanto
algo, porque mutar es la acción más vital posible. No hay que
resistir, sino mutar”, dijo Martel a la agencia Télam.
-Un
bello sol
interior, Claire Denis.
Denis
que debutó
como directora con la película “Chocolat”, tiene en esta cinta a
Juliette Binoche y Valeria Bruni Tedeschi, dos
grandes actrices.
Si, además, la directora rompe con los modos y los clichés de la
búsqueda
del amor de su protagonista, Juliette Binoche, es
un atractivo más.
-El
taller de escritura, Laurent
Cantet.
El
título ya me atraía, mi libro en el que estaba enfrascada esos días
del
Festival
del año pasado, y que no me impidió
ir al cine, otra de mis pasiones, se gestó en un taller
de escritura.
El
taller de la película reúne a un
grupo de
alumnos con
distintos objetivos o la ausencia de ellos, que
han
sido seleccionados
para escribir un thriller policiaco con ayuda de una famosa
novelista. Pronto se deja entrever la
dificultad de entendimiento y el deseo de violencia de un compañero,
Antoine,
de
ahí el conflicto. El
taller
está impartido
en un jardín. Es verano está situado
en La Ciotat,
sur
de Francia.
sábado, 3 de noviembre de 2018
486. Una cierta mirada
Esa forma suya de
mirar era la que siempre me producía extrañeza y no me acostumbraba
a ella.
¿Qué buscaba mi vecina en mi casa? Cada vez que me visitaba
hacía lo mismo. Yo seguía el movimiento envolvente de sus ojos
mientras me hablaba sin dirigirse hacia mí.
Había
observado que algunas personas religiosas no te miran a los ojos,
pero sí al suelo, al cielo o hacia un lado.
Era
bajita, regordeta, de cuello corto y lo estiraba buscando no sé qué
en el techo. A la vez que daba la vuelta con sus ojos saltones a
todas las esquinas cuando yo le contaba algo sin escucharme, ella movía los labios como en una letanía.
Un día
descubrí que era agnóstica y cansada de seguir su mirada y sólo
encontrar telarañas por los rincones, decidí preguntarle, eso sí,
con tiento para que no se sintiera incómoda.
Estaba sentada en la
silla de la cocina y me acerqué por detrás para observarla. ¿Te
duele el cuello? le pregunté a la vez que lo tocaba. Cerró los ojos y
se echó hacia atrás. Comprobé que estaba tenso como una
correa bien anudada y pensé que un masaje era un buen preámbulo
para seguir hablándole. De pronto rompió a llorar y me
asusté.
-¿Te
he hecho daño? No,
dijo, pero al volverse, no sé qué vio en el techo que saltó del
asiento y gritó señalando una esquina: ¡allí!
No lo
pude remediar, me dio por reírme porque lo que había era una
salamanquesa que también se debió asustar y reptó por la pared
hacia el patio.
Mi vecina corrió más que el animalito presa del
pánico, pero en sentido contrario. Y yo detrás alzando la voz: -lo
siento, pero no tengas miedo que son beneficiosas porque se comen los
mosqui… No la distinguía ya cuando me asomé a la calle. Y, por
supuesto, no volvió a entrar en mi casa.
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