lunes, 7 de septiembre de 2009

94. Historia de un instante

Un instante se puede guardar de varias maneras, menos cuando se rebela.

Parece algo pequeño al nombrarlo, pero puede ser grande en su significado. ¿Cómo encerrarlo en un marco pequeño? Esa era la cuestión para Irina esa mañana de primeros de septiembre en su manía de poner cada cosa en su lugar.
Quería recoger el hecho mismo de la comunicación entre una madre y una hija en un claro de azahar. La foto resultaba grande para el marco dorado y ondulado que había elegido; recortarla era la solución, pero había algo más. ¿Cómo reflejar de qué o de quién hablaban?

Irina observaba todos los utensilios preparados encima del escritorio: foto, marco, lápiz, tijera y una pequeña regla de madera para no desviarse. Ella no era ya la niña pequeña, regordeta y risueña, que la había mirado siempre encerrada en ese marco, y la foto en cuestión llevaba años viajando, buscando un lugar definitivo.
El primero siempre se despegaba, no había forma de mantener la foto erguida. A veces, amanecía recostada en algún libro como si por la noche se hubiera empapado de su contenido. Coqueta la madre sugirió sin palabras otro lugar donde reposar: un espejo, aquel en el que se había mirado siempre mientras su hija la peinaba. Y ahí quedó prendida hasta que la coquetería, que también se hereda, necesitó el espejo para mirarse. La foto, igual que un desencuentro en la comunicación, quedó encerrada en un cajón.

Irina se tomó un tiempo mientras decidía qué hacer con ella y se dirigió a la cocina; la comida y la plancha la esperaban. En una taza vertió agua y espurreó con las manos unos pañuelos, los lió como se lía una croqueta y los dejó para que se humedecieran.
Uno, dos, tres, cuatro dobleces necesita un pañuelo para que quede perfectamente planchado, menos el que presentaba un agujero justo en la esquina del último doblez; el único que tenía el nombre mejor bordado.


Entonces lo tuvo claro, se dirigió al costurero, la fina tela del pañuelo necesitaba una tijera especial.
Decidida, recortó el bordado. Eliminó los bordes de la foto, para ajustarla al marco dorado, y colocó el nombre recortado en el canal mismo de la comunicación entre madre e hija.

-Me voy dentro, tu padre está solo.
-Vale, mamá, yo me quedo todavía.
Y se fue para siempre detrás de él.

8 comentarios:

emege-e dijo...

Un instante puede ser un todo en la vida.O por el contrario, la vida es un instante. Post muy bello y singular. Enhorabuena. Besitos.

June dijo...

Qué bueno, el final sobre todo me ha encantado.

Anónimo dijo...

lo bueno de poder leer un texto (a diferencia del nuevo mundo audiovisual totalitario) es la impagable capacidad de ser disfrutado a voluntad, al ritmo que uno quiero, parase, retomar, anotar, pensar, sentir, evocar, etc etc etc etc
así que vuelvo por un instante a los dobleces del pañuelo...
mansur

Anónimo dijo...

petición:
isabel, alguien me dejó un "siete" en el corazón, cómo lo zurzo???
mansur

Isabel dijo...

Me alegra tu opinión emege, no estaba yo muy satisfecha, ya sabes.

June, gracias y bienvenida si pasas por primera vez por aquí, o bien hallada si eres la persona que imagino por tu blog.

¡Qué hermosa palabra, evocar!
Vaya mansur, los sietes son tan difíciles (como los agujeros), porque primero se ha de zurcir un lado y que los bordes queden perfectos para después enlazar el otro. Esto también en sentido metafórico.

Pero no hay recetas, porque no soy quien, y porque, por suerte somos distintos unos de otros, tanto para el dolor como para el olvido de ese dolor. El tiempo, ese es el que pone las cosas en su lugar.

Anónimo dijo...

quizá disimular con un petacho por encima...
mansur

strongboli dijo...

Qué bonito...
Saludos.

Isabel dijo...

Gracias, strongboli.
Saludos