
Escribir un libro no es tarea fácil, hay escritores que tardan años, pero qué puede haber más difícil: escribir un diccionario sin ordenador.
“A mi marido y a nuestros hijos les dedico esta obra terminada en restitución de la atención que por ella les he robado”
Esta es la dedicatoria que Doña María Moliner escribió en su Diccionario de uso del español en 1.966. El tratamiento le cuadra porque es una mujer admirable y admirada.
Gabriel García Márquez dijo de ella: "Hizo una proeza con muy pocos precedentes. Escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana. Lo escribió en las horas que le dejaba libre su empleo de bibliotecaria, y el que ella consideraba su verdadero oficio: remendar calcetines".
Este oficio que ella calificó de "prosaico" en la definición que de esa palabra hace en su diccionario:
Prosaico, -a adj. (del lat. tardío “prosaicus”) adj. Falto de poesía; vulgar, sin elevación, emoción o interés: "El trabajo prosaico de zurcir calcetines (o de hacer sumas en la oficina)".
Remendar calcetines y querer restituir el tiempo “robado” a su familia por escribir su gran libro, nos da idea de la humildad de esta gran mujer. Una humildad, que dada la época, ella tendría que emplear a sabiendas y por si acaso algunos varones pensaban, no sólo, que se tomaba en serio su labor, sino que además entraba en un terreno vedado sin reconocerlo, y por ello fuera castigada.
Aragonesa, nacida en 1.900, licenciada en Historia; ingresó a los 22 años por oposición al cuerpo Facultativos de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Entre sus diferentes destinos, ya casada y con hijos, se trasladó a Valencia sobre los años de la II República donde ejerce como Directora de la Biblioteca de Universitaria de Valencia y del proyecto de Bibliotecas Populares.
“Su trabajo en aquellos tiempos –dice su hijo Fernando-, aún se me presenta como una de las actividades más apasionantes a que una mujer pudo dedicarse en la retaguardia: un auténtico trabajo de bibliotecaria, haciendo llegar los libros a la mayor cantidad de lectores posibles; a los pueblos (como ya venía haciendo desde antes de la guerra), a las fuentes de batalla y... al extranjero. Una singular idea: la difusión de las publicaciones de la República por el extranjero, a cambio de publicaciones de allí: la Junta de Adquisición de libros e Intercambio Internacional”
Tuvieron que pasar otros 13 años para que María Moliner sin dejar de ser bibliotecaria decidiera escribir su libro ella misma. Pero ¿cómo?, ¿de dónde sacó el tiempo?
“En cuanto llegó a Madrid y empezó a ver que todos íbamos saliendo de casa comenzó a pensar en su diccionario. Esto ocurrió hacia 1.945 –dice Carmina, su hija-. Fue la obra de su vida, el compendio de soluciones a las miles de cuestiones que desde pequeña le rondaban la cabeza”
Pedro –el más pequeño de sus cuatro hijos-, nos cuenta: “una mañana a las cinco cogió varias cuartillas, dividió cada una en cuatro para hacer fichas y se puso a escribir sin más preparativos. Su única herramienta de trabajo eran dos atriles y una máquina de escribir portátil que la acompañó durante 20 años. Primero trabajó en una pequeña mesita redonda, luego, cuando los libros se desbordaron, se instaló un tablero sobre los respaldos de dos sillas. Más tarde, un amigo mueblista le regaló uno igual a medida y con patas fijas.
(Cuando se puso a escribir tenía un proyecto de diccionario que iba a tardar 2 años. Desde entonces y durante 15 años siempre faltaban 2 años para terminar. Al principio dedicaba 3 o 4 horas diarias, pero a medida que los hijos se iban marchando de casa aumentaba el ritmo hasta llegar a 8 o 10). Las pequeñas fichas, en paquetitos atados con gomas iban invadiendo todos los cajones disponibles en la casa. Mi padre alarmado vigilaba discretamente y, cuando no le veía mi madre, medía las fichas hechas en una semana y calculaba el tiempo que faltaba para terminar. De vez en cuando me llamaba angustiado para informarme que mi madre estaba otra vez en la A. Siempre había algo que añadir para que la obra fuese realmente completa”.
Durante 31 años nadie se atrevió a tocar el “María Moliner” pese a algunas carencias. Ahora ha salido la tercera edición para recoger las nuevas palabras que la inmigración ha traído consigo y la nueva jerga digital.
“Es un diccionario para escritores”, dijo María Moliner una vez hablando del suyo y lo dijo con mucha razón porque no sólo dice lo que significan las palabras, sino que indica también cómo se usan, y se incluyen otras con las que pueden reemplazarse.
Y también es mi diccionario, el que mi hijo me regaló cuando comencé a hacer garabatos con la escritura, por eso he querido con esta pequeña semblaza, compartir mi pequeño homenaje a Doña María Moliner, su autora en aquellos tiempos sin ordenador.
“A mi marido y a nuestros hijos les dedico esta obra terminada en restitución de la atención que por ella les he robado”
Esta es la dedicatoria que Doña María Moliner escribió en su Diccionario de uso del español en 1.966. El tratamiento le cuadra porque es una mujer admirable y admirada.
Gabriel García Márquez dijo de ella: "Hizo una proeza con muy pocos precedentes. Escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana. Lo escribió en las horas que le dejaba libre su empleo de bibliotecaria, y el que ella consideraba su verdadero oficio: remendar calcetines".
Este oficio que ella calificó de "prosaico" en la definición que de esa palabra hace en su diccionario:
Prosaico, -a adj. (del lat. tardío “prosaicus”) adj. Falto de poesía; vulgar, sin elevación, emoción o interés: "El trabajo prosaico de zurcir calcetines (o de hacer sumas en la oficina)".
Remendar calcetines y querer restituir el tiempo “robado” a su familia por escribir su gran libro, nos da idea de la humildad de esta gran mujer. Una humildad, que dada la época, ella tendría que emplear a sabiendas y por si acaso algunos varones pensaban, no sólo, que se tomaba en serio su labor, sino que además entraba en un terreno vedado sin reconocerlo, y por ello fuera castigada.
Aragonesa, nacida en 1.900, licenciada en Historia; ingresó a los 22 años por oposición al cuerpo Facultativos de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Entre sus diferentes destinos, ya casada y con hijos, se trasladó a Valencia sobre los años de la II República donde ejerce como Directora de la Biblioteca de Universitaria de Valencia y del proyecto de Bibliotecas Populares.
“Su trabajo en aquellos tiempos –dice su hijo Fernando-, aún se me presenta como una de las actividades más apasionantes a que una mujer pudo dedicarse en la retaguardia: un auténtico trabajo de bibliotecaria, haciendo llegar los libros a la mayor cantidad de lectores posibles; a los pueblos (como ya venía haciendo desde antes de la guerra), a las fuentes de batalla y... al extranjero. Una singular idea: la difusión de las publicaciones de la República por el extranjero, a cambio de publicaciones de allí: la Junta de Adquisición de libros e Intercambio Internacional”
Tuvieron que pasar otros 13 años para que María Moliner sin dejar de ser bibliotecaria decidiera escribir su libro ella misma. Pero ¿cómo?, ¿de dónde sacó el tiempo?
“En cuanto llegó a Madrid y empezó a ver que todos íbamos saliendo de casa comenzó a pensar en su diccionario. Esto ocurrió hacia 1.945 –dice Carmina, su hija-. Fue la obra de su vida, el compendio de soluciones a las miles de cuestiones que desde pequeña le rondaban la cabeza”
Pedro –el más pequeño de sus cuatro hijos-, nos cuenta: “una mañana a las cinco cogió varias cuartillas, dividió cada una en cuatro para hacer fichas y se puso a escribir sin más preparativos. Su única herramienta de trabajo eran dos atriles y una máquina de escribir portátil que la acompañó durante 20 años. Primero trabajó en una pequeña mesita redonda, luego, cuando los libros se desbordaron, se instaló un tablero sobre los respaldos de dos sillas. Más tarde, un amigo mueblista le regaló uno igual a medida y con patas fijas.
(Cuando se puso a escribir tenía un proyecto de diccionario que iba a tardar 2 años. Desde entonces y durante 15 años siempre faltaban 2 años para terminar. Al principio dedicaba 3 o 4 horas diarias, pero a medida que los hijos se iban marchando de casa aumentaba el ritmo hasta llegar a 8 o 10). Las pequeñas fichas, en paquetitos atados con gomas iban invadiendo todos los cajones disponibles en la casa. Mi padre alarmado vigilaba discretamente y, cuando no le veía mi madre, medía las fichas hechas en una semana y calculaba el tiempo que faltaba para terminar. De vez en cuando me llamaba angustiado para informarme que mi madre estaba otra vez en la A. Siempre había algo que añadir para que la obra fuese realmente completa”.
Durante 31 años nadie se atrevió a tocar el “María Moliner” pese a algunas carencias. Ahora ha salido la tercera edición para recoger las nuevas palabras que la inmigración ha traído consigo y la nueva jerga digital.
“Es un diccionario para escritores”, dijo María Moliner una vez hablando del suyo y lo dijo con mucha razón porque no sólo dice lo que significan las palabras, sino que indica también cómo se usan, y se incluyen otras con las que pueden reemplazarse.
Y también es mi diccionario, el que mi hijo me regaló cuando comencé a hacer garabatos con la escritura, por eso he querido con esta pequeña semblaza, compartir mi pequeño homenaje a Doña María Moliner, su autora en aquellos tiempos sin ordenador.