El
chaval, más bien raquítico, esperaba su turno en la ferretería
para comprar una alcayata. Desde el suelo no divisaba bien el cartel
plastificado y doblado por una esquina.
¿Prohibido tomar, amar,
llamar...? Esto último le pareció una burla.
El
dependiente, que asustaba por su mirar desconfiado con la cabeza
gacha y los ojos hacia arriba, tuvo que ir a buscar algo en el
almacén para un cliente. Curioso y aventurero, el chaval, como si de
una montaña de puertas se tratara y sin escuchar las advertencias de
la gente que había, escaló sus aldabas para descifrar lo que ponía.
Al llegar arriba el cigarrillo encendido que llevaba en la boca se le
cayó sobre la camisa y ésta comenzó a arder. Se soltó asustado,
pero le dio tiempo leer lo que ponía: “Prohibido fumar”.
Me ha encantado. Besitos.
ResponderEliminarSencillo relato pero matón, jejejeje
ResponderEliminarNo entiendo la libertad sin responsabilidad.
ResponderEliminarYa no hubo remedio.
ResponderEliminarSeguro que aprendió...
Besos
Teresa, gracias y besos.
ResponderEliminarTracy, qué gracia.
ResponderEliminarAbrazo.
Camino a Gaia, ni yo tampoco. Me alegra verte por aquí.
ResponderEliminarMaite, me alegra tu vuelta.
ResponderEliminarBesos.
El atrevimiento es osado, el chaval en unos segundos experimentó el pánico y, a la vez, aprendió una lección.
ResponderEliminarBesitos Ave Peregrina
emege, de acuerdo. Gracias y besos.
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